In memoriam. Rafael Morales (Alejandro Tarquín), un periodista a la izquierda de Chávez
Rafael Morales fue colaborador de Aporrea hasta hace unos pocos meses. Sus artículos mostraron un constante seguimiento de la política venezolana y, en especial del proyecto bolivariano. Sus análisis sobre los problemas venezolanos los hacía desde una óptica periodística que hundía sus raíces en la acción política que desarrolló en Venezuela durante los años setenta a través del periódico Voz Socialista. Desde finales de los años 80 residió en Canarias donde ejerció el periodismo.
Rafael Morales fue colaborador de Aporrea hasta hace unos pocos meses. Sus artículos mostraron un constante seguimiento de la política venezolana y, en especial del proyecto bolivariano. Sus análisis sobre los problemas venezolanos los hacía desde una óptica periodística que hundía sus raíces en la acción política que desarrolló en Venezuela durante los años setenta a través del periódico Voz Socialista. Desde finales de los años 80 residió en Canarias donde ejerció el periodismo.
Con motivo de su fallecimiento el pasado mes de junio, recordamos algunos de sus artículos y ciertas ideas sobre el control obrero de la industria del hierro que, en forma propagandística planteaba hace más de treinta años, y que en el siglo XXI afloran de forma vigorosa como un medio de profundizar el proceso revolucionario de Venezuela.
Ejercía con rigor su labor periodística, desbrozando los contenidos informativos ofrecidos por los grandes medios de comunicación, especialmente los españoles. En 2003, con motivo del paro petrolero que sucedió al intento de golpe de Estado, llevado a cabo por los gerentes de PDVSA, los medios ofrecieron a la opinión pública la imagen de una ‘huelga general contra Chávez’. Rafael precisó el significado del paro y señaló a sus verdaderos impulsores: “Es muy complicado que una verdadera huelga perdure durante treinta y ocho días y que el gobierno que sea sobreviva o que, para sobrevivir, el gobierno que sea no declare el estado de excepción, liquide de un plumazo las libertades democráticas y envíe al ejército contra los huelguistas. Todo se explica mejor si uno piensa que Venezuela sufre en realidad un paro patronal golpista” (Súplica de ‘ética periodística’). La ‘huelga general’ fracasada formaba parte de la estrategia golpista de la oligarquía venezolana.
El proceso bolivariano siguió su curso y las elecciones de 2006 dieron como ganador a Hugo Chávez con el 62% de los votos. Un año después, con ocasión de la reforma constitucional de 2007, Chávez propuso modificar el artículo 230 para que el período presidencial fuera de siete años y el presidente pudiera ser reelegido. Rafael, en uno de sus artículos, explicó el doble rasero de los medios: “Acusaron a Chávez de querer perpetuarse en el poder. Quizá este juicio de intención acierte. ¿Y qué, si la gente lo sigue votando? Desde Europa, donde sus mandatarios (salvo los reyes, que obtienen el cargo por el impecable mecanismo democrático de la herencia) pueden ser reelegidos las veces que los ciudadanos estimen conveniente, hay quien se siente en la obligación de dar lecciones de democracia a los venezolanos” (La apuesta de Chávez). Ante los resultados electorales que rechazaron la reforma constitucional propuesta por el presidente en diciembre de 2007, Rafael analizó sus posibles causas: “El ‘no’ cosechó el mismo caudal de votos que la derecha en las últimas presidenciales, cuando Rosales obtuvo algo más de cuatro millones de sufragios. El chavismo, por su parte, retrocedió desde más de siete millones en las presidenciales a los cuatro y pico obtenidos ahora por el ‘si’.
Comprendo la diferencia entre un tipo de elección y otra, pero sería de ciegos ignorar el deterioro político del chavismo, unos tres millones de votos que no acompañaron al ‘no’ sino a la abstención. Quizá estemos ante una expresión de desconfianza, alimentada por algunas enmiendas explotadas hábilmente por la oposición (como la reelección presidencial), fenómenos concretos de corrupción, el retraso en los cambios sociales y económicos de más calado. O todas juntas y algunas más. El poder económico sigue en manos de los de siempre (además, el sector privado ha crecido de forma espectacular) con excepción del destino mucho más justo de la renta petrolera que financió iniciativas sociales capaces de reducir el desempleo y la pobreza, acabar con el analfabetismo, mejorar la educación, ampliar la cobertura sanitaria e impulsar el crecimiento de la economía” (Venezuela, el día después).
En sus artículos se reflejaba su experiencia de dirigente político de la década de los sesenta y setenta. En su etapa como estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad de Madrid destacó en su compromiso en la lucha antifranquista vinculándose a la Federación Universitaria de Estudiantes Demócratas (FUDE) y al primer grupo trotskista que surgió en aquél momento. Esa militancia lo llevó a la cárcel de Carabanchel en 1967. A su salida en febrero de 1969 hubo de tomar la vía del exilio, primero en Italia, después en Venezuela. A su llegada a Caracas no se conformó con ser un mero observador. Rafael era un hombre de pensamiento y de acción.
Fue fundador del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) en Venezuela en 1973 y formó parte del Consejo de Redacción de su periódico Voz Socialista bajo el seudónimo Alejandro Tarquín. Defendió posiciones marxistas revolucionarias en los principales acontecimientos de la década de los setenta.
La renacionalización de Sidor (Siderúrgica del Orinoco) en 2008 por el gobierno de Chávez puso sobre el tapete la discusión sobre el control obrero de las industrias nacionalizadas. Esta idea no es nueva. Hace 34 años la nacionalización de la industria del hierro realizada por Carlos Andrés Pérez sacó a la luz un debate similar. Evidentemente, los procesos son diferentes. La nacionalización de Carlos Andrés obedeció a las políticas keynesianas de intervención del Estado en el mercado. El proceso de renacionalización de la industria siderúrgica en la Venezuela de hoy es resultado de la recuperación de una industria básica que las políticas neoliberales de los años noventa descapitalizaron al Estado venezolano.
A todo ello hay que añadir que este proceso se inscribe en el marco de las movilizaciones que los trabajadores de Sidor han venido desarrollando, lo cual constituye una diferencia sustancial con el proceso anterior. En todo caso, a pesar de las diferencias en ambos procesos, hay un conocimiento acumulado sobre las consecuencias que la ausencia de control por parte de los trabajadores puede tener.
En un foro organizado en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela el 3 de febrero de 1975 ante más de ochocientas personas, diversos representantes políticos debatieron sobre la nacionalización del hierro. Por el PST, Rafael intervino señalando lo siguiente: “Nosotros venimos planteando una política: el control obrero de la industria nacionalizada del hierro. Decimos que los trabajadores están en condiciones de elegir una comisión en asamblea, democráticamente, y exigir que tenga acceso a los libros de contabilidad de la Corporación Venezolana de Guayana. Es la única posibilidad de disputarle al Estado burgués el derecho a administrar esos ingresos que están en beneficio de los patronos de este país” (Voz Socialista, nº 22).
En aquél momento era propaganda, pero como decía Rafael recientemente, “había que hacerla porque indicaba el próximo terreno de choque con la burguesía, justo el de hoy mismo.” (‘Ideas sobre la unidad socialista de América Latina’, 2009, texto inédito).
La desaparición de Tarquín nos deja a todos un vacío en el alma que se va llenando con las conquistas que, los hasta hace poco invisibles pueblos indígenas latinoamericanos y trabajadores del continente van logrando. Como decía el poeta, se ha ido sin haberse ido, como una barca buscando el mar.