Mirada desigual entre dos mujeres colonizadas
“En última instancia, vivimos en una especie de sistema internacional de castas, donde los hombres blancos occidentales de las clases dominantes ocupan la cima y las mujeres no blancas del mundo colonizado la base”
Mary Kelly, en Shrew, Taller de Liberación de las Mujeres, 1970.
“En última instancia, vivimos en una especie de sistema internacional de castas, donde los hombres blancos occidentales de las clases dominantes ocupan la cima y las mujeres no blancas del mundo colonizado la base”
Mary Kelly, en Shrew, Taller de Liberación de las Mujeres, 1970.
Sostiene el filósofo Santiago Alba Rico que la capacidad de observar a alguien, muchas veces implica y connota una relación clara de explotación. Una asimetría entre el poder del que observa y la debilidad del que es observado. En esta obra de la artista francesa Marie-Guilhelmine Benoist (1768/1826), realizada en 1800, nos encontramos con este hecho desigual entre quien tiene capacidad de observar y dar cuenta de ello (la pintora) y quien es observada y retratada (la modelo). Aun teniendo en cuenta esto, la grandeza de esta obra radica precisamente en tensionar esta realidad, no hasta quebrarla, pero sí hasta ponerla en cuestión y casi ganarle la partida. ¿Cómo lo hace? Con la resistencia de la modelo a ser mirada sin mirar, generosamente plasmada en el lienzo por la pintora Benoist. La modelo, mujer y negra, mira a la artista, mujer y blanca, pero por extensión y hegemonía del significado, a quien apela definitivamente es al espectador futuro. Le dice con voz clara:
“Tengo los ojos cansados de presenciar tanta injusticia hacia los míos, sufrida como fuego en mi piel, pero no me robarás la dignidad, el desafío, de mirarte mientras me miras. Me niego a ser presa de tus fantasías de dominación. Te miro para molestarte, para recordarte que soy persona y no objeto. Te miro de igual a igual, a pesar de tener el pecho desnudo, a pesar de ser mujer y negra, te recuerdo que no dejas de ser lo que yo: una persona”.
M.G Benoist fue alumna del gran maestro republicano Jacques-Louis David, del que ya hemos hablado en otras ocasiones y del que cabe recordar que fue autor de obras tan capitales en la Historia del Arte como “El juramento de los Horacios” (1784), “Marat asesinado” 1 (1793) o la inconmensurable “El rapto de las sabinas” (1799). El pintor izquierdista aceptó en su taller mujeres artistas, lo cual en aquella época era ciertamente rupturista con el machismo imperante. Ello fue posible al calor de la Revolución Francesa y las nuevas ideas republicanas que permitieron a David dar este valiente salto cualitativo.
Sin embargo, su aprendiz, nunca fue una revolucionaria.. La pintora parisina tuvo una exitosa carrera (que no podría haber tenido en otro lugar que no fuera la Francia tumultuosa de aquellos años). Ganó en 1804 una medalla de oro en reconocimiento a su pintura y fundó un taller para mujeres. Durante el mandato de Napoleón obtuvo el monopolio de los encargos de retratos del Département. Sus obras finales se alejaron del estilo neoclásico de David y preludiaron el estilo pictórico de otro clásico, también alumno del genial jacobino: Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780/1867). Pero el hecho de que Benoist no fuera una revolucionaria y que incluso estuviera casada con un Conde convencido monárquico, no quita que realizara una obra de arte revolucionaria como la que nos ocupa. Revolucionaria para la Historia de la Pintura se entiende, progresista políticamente en la época de su ejecución.
El óleo sobre tela que nos ocupa, 81×65 cm (Louvre), fue creado seis años después de la primera abolición de la esclavitud 2 . Significó una defensa de los derechos de los ciudadanos franceses negros y también de la mujer. Una obra por tanto que es a la vez: canto feminista y contra la opresión esclavista.
En la imagen podemos ver la composición limpia con el fuerte contraste entre la piel oscura de la mujer y el manto blanco que recoge su tórax semidesnudo. Un pecho descubierto se asoma tras el blancor de la tela que elegantemente viste la belleza de la mujer antillana. Hasta aquí el erotismo del cuadro entendido como reconocimiento a la belleza (exótica para la autora) de esta mujer. El azul de la tela que cubre la silla rompe, sin hacer mucho ruido, con la armonía terrosa suave de todo el lienzo, pertinazmente enfatizada por los blancos de la tela y el ocre del fondo. Esta ruptura azulada dignifica la presencia de la mujer, que aparece como una especie de Reina del Ébano que recupera su Trono perdido tras el fin de la esclavitud.
El magnífico retrato no sería tal, si no fuera porque al mirar los ojos de la bella mujer nos hundimos en su propia psique, bañándonos en el recuerdo del dolor que ha sufrido por su doble condición de esclava: como mujer y como negra. Pero a la vez, Benoist trasladándonos su profunda mirada nos exige el reconocimiento a su indudable dignidad y valentía con la que ha vivido su vida con el peso de esta doble condición. No acacha la cabeza, y sí mira tanto a la mujer que la pinta (Benoist), como al posible espectador-hombre que la mirará y lo hace exigiendo igualdad.
La mayor apología que esta obra contiene por la igualdad tanto de negros como de mujeres, radica en la mirada de la hermosa mujer de piel noche. Una mirada que no se esconde, sino que reclama. Nos reclama.
Para contactar con el autor: jonjuanma@gmail.com
Para visitar su blog: http://jonjuanma.blogspot.com/
Notas:
1. Enlace a un artículo sobre esta obra: http://cultural.argenpress.info/2008/10/la-muerte-de-marat-la-obra-de-un-genio.html
2. La Convención dirigida por Robespierre y los jacobinos aprobó lo siguiente:
«La Convención declara la esclavitud de los negros abolida en todas sus colonias; en consecuencia, decreta que todos los hombres sin distinción de color, domiciliados en las colonias, son ciudadanos franceses y gozaran de todos los derechos asegurados por la Constitución»
Más tarde, (sólo dos años después de acabada la obra que nos ocupa), en 1802, Napoleón restablece la esclavitud y provoca miles de asesinatos y suicidios en las colonias. El fin de la esclavismo en Francia no aconteció hasta 1848 con la Revolución de ese año, cuando le encargaron la redacción del proyecto de ley al diputado Victor Schoelcher, republicano de izquierdas que también luchó por los derechos de la mujer y contra la pena de muerte.