Orlando Zapata: ¿Héroe o Mercenario?
Dice el ciudadano J.M. Alvarez[1] refiriéndose al reciente deceso del disidente Orlando Zapata Tamayo que no siente la muerte de nadie que haya estado a favor del regreso de Cuba al capitalismo. Independientemente de cuáles fuesen los anhelos y sueños de Zapata, no me cabe la menor duda de que para Alvarez era un cubano de segunda clase, quizás no por negro o por albañil sino por sus opiniones.
Dice el ciudadano J.M. Alvarez[1] refiriéndose al reciente deceso del disidente Orlando Zapata Tamayo que no siente la muerte de nadie que haya estado a favor del regreso de Cuba al capitalismo. Independientemente de cuáles fuesen los anhelos y sueños de Zapata, no me cabe la menor duda de que para Alvarez era un cubano de segunda clase, quizás no por negro o por albañil sino por sus opiniones.
Y esta forma de discriminación tan en boga en los últimos cincuenta años, el menosprecio del ser humano por sus ideas religiosas, políticas y filosóficas, ese aparthaid no ya por el color de la piel como en Sudáfrica sino por el color de las ideas en el que unos pueden ocupar cargos públicos, estudiar ciertas carreras y ejercer ciertas labores y otros no, no es menos despreciable y debe ser condenado enérgicamente en el mundo moderno.
Y ese fue todo el “crimen” de Zapata en lugar del expediente delincuencial al que se refiere el Gobierno Cubano y en particular uno de sus voceros, Enrique Ubieta[2], puesto que los supuestos cargos comunes que se le atribuyen no sumarían, según el Código Penal Cubano, ni la tercera parte de la sentencia recibida, primero tres años por “desacato”, cargo reservado a causas políticas, condena que creció a 36 estando en prisión sin haber matado a nadie, ni haber hecho uso de la violencia, sólo por la aplicación de la llamada Ley 88, más conocida entre los disidentes como “Ley Mordaza”. Pero los supuestos antecedentes delictivos se hacían perentorios ante la dificultad para explicar al mundo cómo un hombre, tan solo por expresar sus ideas, fue sentenciado a tan larga condena y luego arrastrado por la crueldad carcelaria a una protesta desesperada que lo condujo a la muerte.
Yo no llegué a conocer de Zapata lo suficiente como para determinar cuáles eran sus inclinaciones ideológicas, sólo que en un tiempo recogió firmas a favor del Proyecto Varela. Pero las cosas no son tan simples como la propaganda oficial ha difundido de presentar a toda la disidencia como un bloque monolítico de mercenarios pagados por el imperio. El juzgarlos de “apátridas” por hacer uso de los medios extranjeros para expresar sus opiniones, es una gran ironía, pues la dirigencia cubana y sus voceros, que tanto se quejan de que el enemigo cuenta con el monopolio de la información, encubren que son ellos los que acaparan absolutamente todos los medios masivos dentro del país y que los disidentes no tendrían que acudir al exterior para expresarse si pudieran contar al menos con unos pocos minutos en una emisora o la más pequeña de las columnas de un periódico. Hay socialdemócratas como Elizardo Sánchez y Vladimiro (el hijo de Blas Roca), incluso socialistas democráticos participativos como Manuel Cuesta Morúa, y por último ideas como las de Oswaldo Payá que pueden enmarcarse en una especie de de socialismo cristiano, todos ellos, por cierto, mercenarios muy extraños, pues han criticado siempre la política de restricciones económicos de Estados Unidos hacia Cuba, y en particular la Ley Helms-Burton, han favorecido el diálogo entre todos los cubanos como solución y la reconciliación nacional. El propio Proyecto Varela propuesto por Payá y apoyado por Zapata, no planteaba una reforma de la Constitución Socialista como se ha querido hacer ver, sino todo lo contrario. El que lo lea detenidamente –y quien lo desee puedo enviárselo-, podrá ver que se apoyaba en ella para hacer transitar legalmente a la sociedad cubana desde un Estado eminentemente burocrático a una verdadera república de trabajadores. De modo que a juzgar por sus apoyos, muy poco tenía Zapata de reaccionario y pro-capitalista.
En cambio sus detractores deben leer a Marx –y si ya lo han hecho, releerlo-, sobre todo los Manuscritos Filosóficos y Económicos y el tercer tomo de El Capital, donde alertaba sobre una especie de “comunismo grosero” que en el fondo no era más que el predominio de un capital absoluto y universal encarnado en un Estado altamente centralizado. Los latifundios y demás medios de producción pasaron de unas manos a otras, pero no a las de los trabajadores. “El Estado es aquí el supremo terrateniente, y la soberanía no es más que la concentración de la propiedad agraria en escala nacional”. Este modelo, por su irracionalidad económica consubstancial que niega el estímulo de las fuerzas productivas, está destinado a desaparecer como ya ha podido comprobarse en el caso de la Unión Soviética, en China y en todos los países del campo socialista de Europa del Este.
En el punto en que hoy estamos sólo hay dos caminos: o hacemos del socialismo una realidad y no una retórica vacía descentralizando la dirección política partidista y el monopolio económico del Estado a favor del control directo de los trabajadores sin interferencias burocráticas, o de lo contrario, el inmovilismo nos conducirá a un capitalismo descarnado y feroz de mafias empresariales con el que ya sueñan muchos actuales burócratas del actual régimen. En qué posición colocar a Zapata y en cuál a sus detractores, es algo de lo cual no tengo la menor duda.
[1]J.M. Alvarez: “Cuba: murió el mercenario, sus cómplices se lamentan”, Kaos en la Red, 24/2/2010.
[2]Enrique Ubieta: Orlando Zapata, ¿un muerto útil?”, Kaos en la Red, 24/2/2010.