Orlando Zapata: Un enemigo consecuente
No recuerdo a un solo jefe de las guerras de independencia, incluyendo a José Martí, Máximo Gómez y a Antonio Maceo, que no haya reconocido la valentía del soldado español cuando la mereció. Y las pocas veces en que la que la soldadesca o la oficialidad de la tropa de Batista, por lo general tan desmoralizadas, fueron aguerridas en el combate, hubieron de ser reconocidas como tales, por líderes revolucionarios como el Ché o Fidel. Y nunca se trató, por supuesto, de validar la odiada causa del enemigo, sino de un simple gesto de honestidad y de justicia, de darle a cada cual lo que merece.
No recuerdo a un solo jefe de las guerras de independencia, incluyendo a José Martí, Máximo Gómez y a Antonio Maceo, que no haya reconocido la valentía del soldado español cuando la mereció. Y las pocas veces en que la que la soldadesca o la oficialidad de la tropa de Batista, por lo general tan desmoralizadas, fueron aguerridas en el combate, hubieron de ser reconocidas como tales, por líderes revolucionarios como el Ché o Fidel. Y nunca se trató, por supuesto, de validar la odiada causa del enemigo, sino de un simple gesto de honestidad y de justicia, de darle a cada cual lo que merece.
Frente a la muerte de Orlando Zapata, no puedo menos que hacer las siguientes consideraciones: Si en innumerables ocasiones le he criticado a la llamada disidencia cubana, su defensa del proyecto imperialista y capitalista, su genuflexión a la Oficina de Intereses de Estados Unidos, su aceptación de las dádivas de ese gobierno, su incapacidad para apreciar los indiscutibles logros de la Revolución, su ceguera frente a las aspiraciones cotidianas de sus compatriotas, su falta de carisma e inteligencia y, sobre todo, su poca voluntad de defender al precio de su vida, su causa, hoy no puedo menos que reconocer que en el caso de Zapata hay una excepción, al menos en ese último punto.
Bastante nos hemos reído de esas famosas “huelgas de hambre” de los mercenarios, siempre con mucho bombo, demasiada comida y por supuesto, ningún mártir. No es que fueran deseables las muertes, pero el hecho es que no las había. Se recordará, que una de las últimas fue en Santa Clara, de alguien que pedía Internet en su casa y demás, y que terminó cuando el demandante fue, según sus correligionarios, convencido de que si continuaba ¡se iba a morir! y que, además, ese tipo de manifestación “no contaba con la aprobación de Dios”. Cosas así, nadie me podrá pedir que me las tome en serio. Más hoy, a fuer de ser honesto, no puedo sacarle el cuerpo al deber de reconocer que ese acto de Orlando Zapata, de mantenerse hasta el final, fue valiente. Y si por otra parte, alegué que aquella escasez de martirologio, era siempre un indicio a favor de la tesis de que su lucha era mercenaria, hoy me es imposible entender cómo alguien, por muy poca instrucción que tenga, puede estar yendo conscientemente hacia una muerte segura, ignorando tan radicalmente el instinto de conservación, sólo porque quiere que le pongan un teléfono en su celda, como han dicho algunos, o por dinero, incluso por todo el dinero del mundo, o por una visa a los Estados Unidos. Algo ahí no encaja.
Igual se empequeñece a sí mismo, aquel que estuvo ayer reclamando mártires a la contrarrevolución y hoy, frente a la noticia, solo atina a insinuar que este individuo no se vale, porque era un engañado, uno que fue empujado por otros, que si era un vendedor de drogas, un delincuente de medio pelo, etc. Es aquella vieja y absurda manía de no reconocerle al enemigo, nunca, en ningún campo, ningún mérito, cuando parece obvio que esta vez lo tuvo.
No debiera ser así. Los únicos valientes y realmente convencidos, no tienen que ser los de nuestro bando. Ni es el dinero imperialista el único motivo capaz de mover a alguien a llevarnos la contraria. Es más, aquí padecemos de un exceso de “valientes”. Durante las dictaduras de Machado y de Batista, nadie se hubiera pronunciado públicamente como comunista, a no ser porque se sintiera como tal. En aquellos tiempos, defender el socialismo era un riesgo para la vida. Hoy es diferente. Escribir en el Granma sobre lo malo que es el Imperio y de los logros de la Revolución, pero ocultando las deficiencias que también existen, no es valiente ni revolucionario, sino lo contrario. Máxime cuando lo que arriesga un periodista en Cuba no es la vida _pues aquí a ninguno lo van a torturar o a asesinar_ sino la permanencia o el escalamiento en su puesto de trabajo y, por supuesto, algún que otro viaje al extranjero. Expresar a toda hora que cuando nos invadan los yanquis daremos hasta la última gota de sangre, decirlo, es fácil, y es lo políticamente correcto. Esto no quiere decir que el que lo haga tenga que ser un hipócrita. Significa que hasta el momento de la verdad, no hay nada garantizado. Y sin embargo ¿qué sí sabemos de Zapata? Que llegado su momento cumplió lo que prometió, aunque sus ideas fueran erradas ¿Cómo negar esto? Sería muy útil para la Revolución que todos los que se dicen revolucionarios fueran tan consecuentes como lo ha sido este individuo.
Nada de lo dicho implica mi renuncia a creer en lo que siempre he creído. Peor que esta muerte, y menos publicitada, es la de tantas personas que en el mundo mueren por no tener los beneficios de un estado como el cubano. No le veo lógica a pensar que el gobierno haya querido que el prisionero muriera. No es un gobierno asesino ni de ninguna forma le conviene este deceso. Tampoco creo que alguien pueda estar 18 días sin tomar agua; eso lo dijo una madre desesperada y no tengo por qué tomarlo al pie de la letra, como tampoco debo agarrarme del hecho de esa exageración como argumento en contra de la legitimidad del martirio ¿He de creer, a partir de este hecho, que personas como Marta Beatriz Roque o como Elizardo Sánchez, que ahora corren a enarbolar esta muerte como bandera, son iguales de sinceros o de consecuentes con lo que sostienen? Por supuesto que no, ellos han tenido su hora de demostrar si valían lo que Zapata y siempre se han pasado con ficha.
Solo que no podía dejar de señalar, frente a la vergüenza que me dan ciertas opiniones de quienes se dicen revolucionarios porque les conviene, que no es a ser cruel y a ser deshonesto, a lo que por lo general nos enseña vivir en la Cuba socialista. Honor a quien honor merece, en este caso a nuestro enemigo Orlando Zapata.