Palestina, en puertas de un nuevo ciclo
El 21 de septiembre se han convocado grandes movilizaciones en Palestina para exigir el reconocimiento del estado palestino en la ONU. La iniciativa nació el año pasado como una maniobra de la Autoridad Palestina para reforzarse internamente y en el exterior, pero, en el contexto de la Primavera Árabe, puede ser el detonante de un nuevo ciclo en la lucha contra la ocupación.
El 21 de septiembre se han convocado grandes movilizaciones en Palestina para exigir el reconocimiento del estado palestino en la ONU. La iniciativa nació el año pasado como una maniobra de la Autoridad Palestina para reforzarse internamente y en el exterior, pero, en el contexto de la Primavera Árabe, puede ser el detonante de un nuevo ciclo en la lucha contra la ocupación.
La oleada de cambio en el Próximo Oriente y el Magreb está haciendo tambalear los regímenes sobre los que se ha basado la estabilidad a la región (y la de Israel) en los últimos treinta años. Desde medios de los años 70 el imperialismo ha contado con un dispositivo regional para dominar el Próximo Oriente: el estado de Israel, portaaviones armado en el corazón de la región, y las dictaduras en los países árabes. Estos regímenes proporcionaban un «marco de seguridad» al sionismo, y aparatos represivos al servicio de los EE.UU. y las potencias europeas. Después de las derrotas a las guerras árabeisraelíes, a pesar del enorme apoyo popular a la causa palestina en estos países, de manera más o menos explícita han colaborado con la construcción de Israel. Egipto fue el primer país árabe en firmar la paz y reconocer a Israel, a quien vendía gas a precio de saldo. La monarquía jordana lo demostró todo con los ataques a los campos de refugiados palestinos del septiembre negro del 73. El régimen de los Al-Assad en Siria, a pesar de su retórica antisionista, congeló hace treinta años toda reivindicación de los Altos del Golán ocupados por Israel, ha evitado responder a las operaciones militares israelíes sobre su territorio, manteniendo estable la frontera norte.
Todo este dispositivo de control está tambaleándose con la Primavera Árabe y ahora vuelve a estar planteada una regionalización del conflicto contra Israel, que rompa el aislamiento palestino de los últimos 30 años. Esta internacionalización de la lucha contra la ocupación es el elemento más determinante del nuevo ciclo que encara la causa palestina, que coincide con un momento de fuerte cuestionamiento interno del régimen de la Autoridad Palestina y del proyecto de Oslo de construir un estado sobre las fronteras del 67 junto a Israel.
La revuelta se contagia a Palestina
El pueblo palestino no ha estado al margen del ascenso revolucionario que vive la región. Decenas de miles de jóvenes salieron a las calles de Gaza y Cisjordania exigiendo el fin del enfrentamiento entre Hamas y Fatah y reclamando democracia en Palestina.
Se convocaron manifestaciones de apoyo a las revueltas de Túnez y de Egipto y la caída de Mubarak se celebró masivamente en las calles palestinas. Los vientos de cambio también han llegado a la diáspora palestina, como se vio el 15 de mayo, en la conmemoración de la Nakba (el desastre del 48), con las movilizaciones en las fronteras de Siria, el Líbano y Jordania.
Ante este proceso la Autoridad Palestina (AP) en Cisjordania y Hamas en Gaza han respondido como el resto de regímenes: reprimieron las muestras de solidaridad con la plaza de Tahrir y firmaron un acuerdo que no se ha llegado a concretar prometiendo la convocatoria de elecciones (el Parlamento está disuelto y la AP funciona con un mandato prorrogado y una dirección ilegítima después de haberse negado a reconocer el triunfo electoral de Hamas de hace 5 años, siguiendo las instrucciones de las grandes potencias).
Esta respuesta no es sorprendente: el presidente de la AP, Mahmud Abbas, apoyó explícitamente a Mubàrak hasta el último momento y sólo hace dos años que el congreso de Fatah hizo un homenaje a Ben Ali, el dictador tunecino derribado el 14 de enero. Cómo decía hace unos meses Mahmdu al-Aker, de la Comisión Palestina de Derechos Humanos «Por desgracia, nuestras autoridades en Gaza y Cisjordania se comportan como regímenes, no como un movimiento de liberación nacional. Y los regímenes se ayudan los unos a los otros.»
La primavera árabe ha llegado en un momento de cambio de ciclo a Palestina. Veinte años después de la cumbre de Madrid y el inicio de las negociaciones que desembocaron en los acuerdos de Oslo, el balance no deja espacio a la duda: mientras se perdía el tiempo en las mesas de negociación, Israel ha avanzado con los hechos consumados convirtiendo los territorios ocupados en una serie de bantustanes palestinos aislados y rodeados de colonias que no dejan de expandirse, el muro ha usurpado más tierra palestina, Israel controla las fuentes de agua la economía ha quedado ahogada, miles de presos palestinos continúan detenidos y no se ha hecho nada para facilitar el derecho al regreso de los refugiados. Los acuerdos sólo han servido por una cosa: poner en marcha una Autoridad Palestina que ejerce una fuerte represión interna con una policía entrenada y que colabora con Israel en temas de «seguridad»; y un aparato burocrático que está más preocupado para mantener sus privilegios con las prebendas internacionales que en defender la causa palestina. Ya hace meses que en Palestina se levantaban muchas voces críticas contra esta autoridad, exigiendo la disolución o que pasara a ser un mero organismo de coordinación municipal.
Crece el aislamiento de Israel
Una de las consecuencias más importantes de las revueltas en el Magreb y el Próximo Oriente es el aislamiento creciente de Israel. La junta militar que gobierna Egipto desde la caída de Mubarak e intenta contener el proceso revolucionario, se ha visto forzada abrir el paso de Rafah, aliviando el asedio en la franja de Gaza impuesto hace cuatro años, con el aval de los EE.UU., la UE, la ONU y Rusia. Se ha suspendido la exportación de gas egipcio a Tel-Aviv y este verano se estuvo a un paso de la ruptura de relaciones diplomáticas cuando el ejército israelí mató cinco egipcios en el Sinaí en la respuesta a los ataques de Eliat. Además Israel ve con mucha preocupación la revuelta en Siria, que cuestiona un «enemigo controlado» como Bajar. Turquía intenta reubicar-se como un nuevo elemento de control en la región con la ruptura de relaciones diplomáticas en protesta por el asesinato de los nueve activistas de la Flotilla por la Libertad… un año después.
Intentando recolocarse en el nuevo marco, Obama también subió el tono, instando Israel a parar la construcción de asentamientos, pero Netanyahu se ratificó en la línea de la mano dura y los EE.UU. ya han avanzado que vetarán la propuesta del estado palestino al Consejo de Seguridad.
Pero las revueltas han tenido también un impacto dentro de Israel, que se enfrenta a la protesta social más masiva de su historia con un movimiento «indignado» que reclama derechos sociales. La primera movilización importante llegó el febrero, al poco de la caída de Mubarak, con una huelga masiva de asistentes sociales que pasó por encima del acuerdo de la burocracia sindical con el gobierno.
Después de semanas de acampadas en las principales ciudades israelíes, más de 300.000 personas se manifestaron en agosto exigiendo el derecho a la vivienda, servicios públicos como escuelas cuna y mejoras salariales. El problema es que el movimiento no cuestiona la ocupación y, mientras continúe así, estará en manso del gobierno, que busca cerrar la crisis interna preparando una nueva ofensiva contra los palestinos. Ante las protestas del 20 de septiembre Israel prepara una movilización de reservistas y ha armado a los colonos con material antidisturbios.
¿Hacia la Tercera Intifada?
Lo que está en juego este mes de septiembre va más allá del resultado de la votación en la Asamblea General de la ONU. En el nuevo contexto regional y cuando los palestinos han sacado las lecciones de Oslo, la política claudicante de la Autoridad Palestina, basada en reclamar un estado palestino junto a Israel. Sobre el 40% del territorio de la palestina histórica bajo los auspicios de los EE.UU., tiene menos sentido que nunca. La nueva situación, junto con el cuestionamiento interno de Abbas nos acercan a un rebrote de la Intifada palestina.
¿Qué estado palestino?
Saeb Erekat, negociador palestino ante Israel que, según los documentos secretos filtrados para el-Jazira estaba dispuesto a reunciar en Jerusalén Oeste y el derecho al regreso de los refugiados, ha reconocido que la iniciativa del estado palestino a la ONU es «la última carta» que le queda la Autoridad Palestina. La iniciativa, que responde al plan propuesto por Salam Fayyad, primer ministro palestino y exfuncionari del FMI, propone trasladar la representación de los palestinos a la ONU que desde 1975 ostenta la Organización para la Liberación de Palestina (OAP) en calidad de observador a un estado.
La propuesta sustituye la proclamación unilateral de independencia que la OAP había anunciado por julio de este año y contaría con el apoyo de más de un centenar de países, como el propio Sido Espanyol y el aval personal de Lula o Chavez. La Liga Árabe es quien ha presentado a iniciativa, en representación de la Autoridad Palestina.
Sea el resultado, teniendo en cuenta el veto anunciado por los EE.UU. y la posibilidad de un plano B que no pase por el consejo de Seguridad sino por un cambio en el estatuto de observador a la Asamblea General, se trataría de un gesto simbólico que no cambiaría la situación sobre el terreno. Pero no se puede olvidar que la propuesta se mantiene dentro del marco de Oslo: un estado palestino en las fronteras del 67 y con Jerusalén como capital. Abu Mazen ya ha aclarado que, un golpe reconocido este estado a la ONU «se harían todos los pasos necesarios a la mesa de negociación», abriendo la puerta a nuevas claudicaciones. Sobre esta base, la Federación Sindical Mundial lanzó el 29 de julio desde Atenas una campaña internacional «por el reconocimiento de un estado palestino indepenent y soberano en las fronteras de 1967, con Jerusalén Este como capital».
Este estado no sería nada más que un conjunto de bantustans, pequeñas «reservas» de palestinos, rodeados por Israel. En ninguna parte de acabar con esta situación, el reconocimiento de este estado a la ONU se podría interpretar como la legalización de esta situación. Cómo explica Haidar Eid, profesor de literatura de Gaza «un golpe declarado, el futuro del estado palestino ‘independiente’ tendría menos del 20% de la palestina histórica. Con la creacíó de un bantustà al cual se denominará Sido viable, Israel se liberaría del peso de 3,5 millones de palestinos. La AP ejercería su autoridad sobre el mayor número posible de palestinos y sobre la más pequeña superficie de fragmentos de tierra. Este «estado» sería reconocido por decenas de países: ¡las cabezas tribales de los bantustans sudafricans tendrían que tener envidia!»
El informe presentado a finales de agosto por Guy Goodwin-Gill, profesor de derecho de Oxford a la comisión negociadora de la ANP alerta además que el cambio de representación de la OAP a un estado cuestionaría el derecho a regreso de los cinco millones de palestinos que viven a la diáspora.