Palestina: Los «judíos por la justicia para los palestinos» que navegan hacia Gaza
“El bloqueo y la ocupación son inhumanos y están en contra de cualquier valor universal, moral o judío. Usad vuestras conciencias, no digáis que sólo cumplís órdenes, recordad la dura historia de nuestro pueblo, negaos”. El final del mensaje de radio preparado por la tripulación del “Irene” reclama la insumisión de los soldados que previsiblemente impedirán que lleguen hasta el puerto de Gaza. Un llamamiento ingenuo quizás, pero que parece extraído de las vidas de estos judíos.
“El bloqueo y la ocupación son inhumanos y están en contra de cualquier valor universal, moral o judío. Usad vuestras conciencias, no digáis que sólo cumplís órdenes, recordad la dura historia de nuestro pueblo, negaos”. El final del mensaje de radio preparado por la tripulación del “Irene” reclama la insumisión de los soldados que previsiblemente impedirán que lleguen hasta el puerto de Gaza. Un llamamiento ingenuo quizás, pero que parece extraído de las vidas de estos judíos.
Por ejemplo de la de Yonatan Shapira, uno de los pilotos de la embarcación que partió el domingo de la localidad turco-chipriota de Famagusta con diez mujeres y hombres judíos de Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos e Israel a bordo. De este último país procede Yonatan, criado en una familia de clase media con ideales sionistas. Siguiendo los pasos de su padre, se convirtió en piloto de helicópteros del ejército, todo un ídolo en una sociedad extremadamente militarizada.
En septiembre del año 2000, hace ahora precisamente diez años, estalló la Segunda Intifada, que desató una espiral de violencia en la que Yonatan se vio directamente implicado y que provocó que empezara a replantearse su vida y sus valores. Un proceso doloroso y liberador que concluyó con la llamada “carta abierta de los pilotos”. Yonatan y otros compañeros se negaron así a seguir formando parte de la maquinaria de la ocupación israelí de los Territorios Palestinos. Fueron expulsados del ejército hace ahora precisamente siete años, en septiembre de 2003.
La historia está repleta de casualidades. El pasado mes de mayo, Shapira despertó con la noticia de la muerte de nueve personas a bordo del “Mavi Marmara”, el barco de la “flotilla de la libertad” que fue asaltado cuando se dirigía a Gaza. Y descubrió que la unidad de pilotos del ejército israelí asignada a esa operación era precisamente la misma en la que él había servido. “Probablemente algunos de mis compañeros de aquella época o algunos de los nuevos soldados a los que yo adiestré fueron los que manejaron los helicópteros desde los que se descolgaron los soldados para abordar el Mavi Marmara”, comentaba Yonatan hace unos días desde el “Irene”. Quizás entre ellos se encontraban algunos de los pilotos que estuvieron a punto de firmar la carta de insumisión, pero rectificaron en el último momento.
Su experiencia le dice que todos los militares implicados en el asalto sabían que los pasajeros del barco estaban desarmados. “De lo contrario, no habrían volado tan bajo ni tan cerca, no habrían abordado la cubierta bajando con cuerdas”.
La manera de evitar que se repita un incidente como el del “Mavi Marmara” es “emplear más tiradores”, escuchó después Yonatan Shapira de boca de un alto mando del ejército israelí. Y ese fue el último impulso que necesitaba para unirse a los intentos de romper el bloqueo de Gaza por mar.
La mayoría de los conciudadanos de Yonatan no entienden sus esfuerzos, pero al menos cuenta con el apoyo de su familia, que fue contagiada por ese cambio de 180 grados desencadenado por la Segunda Intifada.
En aquella época, Itamar, su hermano pequeño y compañero en este viaje, cumplía el servicio militar obligatorio en Cisjordania y allí participó en asaltos, redadas, allanamientos, retenciones. Veía el horror semana a semana en Cisjordania, lo olvidaba cada vez que volvía a su casa de Tel Aviv de permiso. Pero algún resorte saltó en su cabeza un día que alguien le paró cuando iba uniformado para darle las gracias por todo lo que hacía por la patria. No pudo soportar que le admiraran como a un héroe.
Itamar ha pasado desde entonces por la cárcel, al negarse a ser alistado como reservista. Y ha perdido su trabajo como guía en Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Jerusalén, por hablar a los visitantes de los pueblos palestinos que fueron borrados del mapa del actual Israel. No se puede mezclar el genocidio judío con política, fue el argumento para despedirle.
Que lo discutan con Lilian Rosengarten, quien a los 75 años aún recuerda vivamente una infancia de desarraigo y exclusión en Estados Unidos, a donde llegó desde la Alemania hitleriana. Sabe lo que es dejar todo atrás y “¿no es mi historia la de todos?”, se preguntaba antes de emprender viaje hacia un territorio plagado de campos de refugiados.
Que empleen ese argumento frente a Reuven Moskovitz, que sobrevivió a los nazis en un gueto rumano y, a sus 82 años, se ha embarcado para cumplir lo que cree una “misión sagrada”. El veterano pacifista ameniza las horas de travesía con su armónica, según contaban ayer desde el barco.
“Irene” izó la bandera palestina antes de entrar en aguas de Gaza. Ya no oculta su mensaje, después de semanas surcando el Mediterráneo, esperando el momento oportuno para zarpar hacia la franja palestina donde un millón y medio de personas sufren un cerco de más de tres años. La organización “Judíos por la Justicia para los Palestinos (JfJfP)” y otros grupos de apoyo debían reunir al grupo dispuesto a navegar hasta allí, actuar con extrema discreción para evitar un sabotaje, recolectar el dinero necesario para ello, transportar la carga de ayuda humanitaria simbólica en forma de juguetes, instrumentos musicales, redes de pesca y equipos ortopédicos. Una empresa difícil a la que se sumaron innumerables problemas mecánicos en el catamarán.
En el tramo final les acompaña la buena suerte. Mucho sol y “el mar calmado, como un espejo”, relataba Itamar desde el barco. “Alguien allá arriba está de nuestra parte”, le secunda el británico Glyn Secker. Mantienen la tranquilidad, aunque no saben lo que les espera a lo largo de la noche.
Subrayan que no colaborarán, pero tampoco se resistirán a las órdenes del ejército israelí de desviarse. No quieren violencia, ya la han practicado o sufrido demasiado en sus vidas. Desde el “Irene”, el pasajero Rami Elhanan pensará en su hija, como hace cada día desde hace trece años, cuando la perdió en un atentado suicida en pleno centro de Jerusalén, porque “no supimos buscar la paz para garantizar su seguridad”.
El ministerio de Exteriores israelí ya ha anunciado que no permitirá la llegada del catamarán a las costas de Gaza y embarcaciones militares lo conducirán al puerto de Ashdod. Escucharán antes su mensaje por radio: “Os llamamos, soldados y oficiales, a desobedecer las órdenes ilegales de vuestro comandantes”.