Páramos andinos y colonización del plástico

Uno no tendría razones para no creerle. A esa señora de mejillas rosadas, que en la bodega te vende gentilmente un kilo de queso ahumado al pie de la montaña, y te lo dice con ese acento cantaíto. En eso coincide el vendedor en la tienda de artesanías, y la abuela que atiende la mesita de pasteles andinos a la orilla de la carretera: Aquella casa larga, de vastos pasillos, paredes blancas, jardín interno y techos de teja, mimetizada con la naturaleza de Apartaderos, en Mérida, pertenece a “don Farruco Sesto”.

Uno no tendría razones para no creerle. A esa señora de mejillas rosadas, que en la bodega te vende gentilmente un kilo de queso ahumado al pie de la montaña, y te lo dice con ese acento cantaíto. En eso coincide el vendedor en la tienda de artesanías, y la abuela que atiende la mesita de pasteles andinos a la orilla de la carretera: Aquella casa larga, de vastos pasillos, paredes blancas, jardín interno y techos de teja, mimetizada con la naturaleza de Apartaderos, en Mérida, pertenece a “don Farruco Sesto”.

Y uno se contenta por él, deseando tener la suerte de, algún día, poseer una casa así para refugiarse de los avatares y bullicios de la Caracas electoral. Al contemplar esa casa, respetuosa de la tradición y arquitectura de los páramos, uno empieza a preguntarse porqué los habitantes de la zona no tendrían derecho, también, a un hogar construido con materiales de la región que hagan honor a su idiosincrasia. Seguramente es desconocido, yo mismo no lo sabía hasta que vi con mis propios ojos, que el gobierno nacional y regional promueven políticas habitacionales para los municipios andinos que rompen con la obligatoriedad de la adecuación cultural de la vivienda, uno de los estándares internacionales de ese derecho: “los materiales de construcción utilizados deben responder a la identidad cultural y a la diversidad de sus habitantes”. Bajo el nombre de “aldeas turísticas” el gobierno estadal viene construyendo bloques de dos pisos, que si bien en la ciudad de Mérida se ven bien, en Apartaderos colindan abiertamente con la cultura y el entorno que tiene, aún, muchos terrenos para la construcción. Esto sin embargo no es lo más escandaloso. Inconcebibles son las “Petrocasas” que comienzan a germinar a través de los poblados de la cordillera merideña. Uno podría discutir, con estudios y referencias en la mano, si el plástico con el que están construidas estas viviendas atentan contra la salud de los trabajadores y de sus propios habitantes. Lo que es incontrovertible es que el blanco Policloruro de Vinilo (PVC) significa una afrenta al conocimiento acumulado –y valorado- de la casa campesina andina como idónea y vital al Hábitat del páramo venezolano, fielmente honrado en el hogar de descanso de “don Farruco”.

Haga una búsqueda en Google, horrorícese como yo, e iniciemos una cruzada particular para salvaguardar el frágil ecosistema andino, que incluye no sólo a la naturaleza, sino también a sus habitantes y la cultura transmitida generación tras generación. Las casas de paredes con materiales nobles, la piedra, los techos de madera y teja, los amplios corredores y jardines internos no deben ser privilegios para altos funcionarios gubernamentales, sino un patrimonio y un derecho digno de ser disfrutando por todos los habitantes de los andes venezolanos.

@fanzinero

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