Recaída de una enfermedad: el Hospital Universitario de Los Andes
Para muchos la enfermedad es un accidente en sus vidas. Pero no es así. La enfermedad es ineludible, más temprano que tarde emergerá. Sí, «emergerá», porque la enfermedad y la muerte son procesos inherentes a la vida, emanan de ella. Pero nadie o casi nadie quiere morir, esa fatalidad es inaceptable, Así, cuando la enfermedad se presenta con su cortejo de dolor y muerte, buscamos desesperadamente alivio y curación.
Los hospitales surgieron para satisfacer esa necesidad, fueron creados para conjugar conocimientos, habilidades y recursos con el objetivo de restituir la salud.
En Venezuela, durante las décadas de los años 60´ y 70´ se construyeron los grandes hospitales públicos del país. Uno de ellos fue el Hospital Universitario de Los Andes. La medicina más avanzada de aquella época se desarrolló bajo sus techos. Los merideños que veían alzarse aquella torre sabían que representaba un bien público de extraordinaria importancia para todos. Lamentablemente, el flamante Hospital portaba una enfermedad congénita: la marcada intervención de la política partidista en la selección de los puestos de mando.
La primera gran crisis del Hospital Universitario ocurrió en la década de los años 80. Una reducción brusca y significativa del financiamiento del sistema público de salud produjo la debacle institucional. La deficiencia de recursos y la desorganización que acarreó amenazaron drásticamente la viabilidad del hospital. Para mantener abiertos los servicios médicos de más alto costo (traumatología, cardiología, neurocirugía e imagenología) se crearon Fundaciones sin fines de lucro que cobraban al usuario los recursos asistenciales requeridos para la atención. Ocurría pues una semiprivatización de la salud que violaba principios elementales de la calidad de atención médica: equidad y accesibilidad.
Esta crisis duró casi dos décadas. En los primeros años de este siglo, el hospital universitario recibió recursos financieros, equipamiento y una inversión en infraestructura que permitieron la desarticulación de las fundaciones, el restablecimiento de la gratuidad en la atención para el usuario y mejoras en la calidad de asistencia médica. Pero varios elementos de la crisis anterior permanecieron y se acrecentaron: la desintegración progresiva de la organización asistencial y la marcada intromisión de la política partidista en el manejo de la gestión hospitalaria y en el accionar sindical.
Durante los años siguientes, diversos factores políticos, económicos, culturales y sociales siguieron deteriorando la actividad asistencial y académica del hospital, minando las bases o condiciones mínimas necesarias para la práctica asistencial.
Hoy, el Hospital nuevamente está en crisis, la peor de su historia, la situación actual es tan grave que el colapso funcional del hospital ya no es mera posibilidad, está ocurriendo: hasta hace unos días la institución careció de servicio de agua potable por un mes, la basura sigue siendo transportada por todos los pasillos del hospital al lado de usuarios y personal, el jabón es una rareza en todas las salas, los equipos y materiales médico quirúrgicos no son esterilizados de acuerdo a estándares mínimos de seguridad, la alimentación de los pacientes suele fallar, la carencia de espacio, personal y recursos asistenciales es absolutamente limitante, el nivel de inseguridad personal es alarmante y los espacios y recursos para la enseñanza cada vez son más limitados.
El cierre total del Hospital sería una calamidad pública que costaría la vida de miles de personas y destrozaría irreversiblemente la enseñanza de las ciencias de la salud. Quienes piensen que una crisis como esa sería resuelta en otros hospitales o en los centros privados comenten una gran equivocación: el desabastecimiento generalizado de insumos de salud, la infraestructura y los recursos existentes y los altos costos de atención impedirían hacer frente a la situación, se trataría de satisfacer una demanda asistencial enorme: veinte mil hospitalizaciones , 15 mil cirugías al año, 120 mil consultas de emergencia, centenares de procedimientos diagnósticos especiales, de quimioterapia y radioterapia, hemodiálisis, intervencionismo cardiovascular y otras tantas actividades altamente especializadas. Ningún otro centro de salud en la región andina puede desplegar tal gama de actividades.
Cada crisis del hospital se acompaña de dos o tres asambleas donde directivos y trabajadores de la salud se reúnen para analizar y discutir los problemas inmediatos que originaron la crisis del momento; la mayoría de los asistentes expone las deficiencias particulares de cada servicios hospitalario y luego de la catarsis colectiva todos volvemos indignados o desesperanzados a los sitios de trabajo. Curiosamente, no procedemos como profesionales formados en ciencias de la salud: no hacemos diagnóstico etiológico, no buscamos la causa raíz, no proponemos un tratamiento integral y en el calor de la discusión perdemos la objetividad por pasiones políticas, rencillas personales y afanes de figuración.
El Hospital tiene una enfermedad crítica, requiere medidas urgentes para restablecer funciones vitales y es necesario un tratamiento dirigido a los factores causales. ¿Qué impide hacerlo? Las resumo en seis fenómenos interrelacionados:
La primera: la creencia errada de que la salud es gratuita. La prestación de servicios de salud en el sistema público debe ser gratuita para el usuario, pero alguien deberá pagar los altos costos de la medicina especializada. Hace poco el Comité de Infecciones Nosocomiales del Hospital estimó los costos de un programa destinado a prevenir infecciones intrahospitalarias en el área neonatal, el programa requería el triple de la asignación presupuestaria de todo el hospital. El servicio de traumatología también ha hecho cálculos del costo anual de atención de los motociclistas con trauma esquelético, la cifra supera enormemente el presupuesto asignado para todas las actividades asistenciales. El Estado venezolano no puede pretender que la asistencia médica sea gratuita para el paciente si asigna menos del 5% del dinero requerido para gastos de funcionamiento del hospital. Cien millones de bolívares para gastos de funcionamiento y mantenimiento de equipos e infraestructura ─algo más, algo menos─ no son suficientes para llevar la medicina especializada a una población de más de tres millones de habitantes. El resultado final es que la atención es de pobre calidad e insegura, no es gratuita para el usuario, los pacientes y sus familias tienen que hacer grandes sacrificios económicos para acceder a recursos y servicios inexistentes en el hospital, así, el precepto constitucional es continuamente violado. La edificación y el equipamiento también se deterioran inexorablemente, las actividades asistenciales se cierran paulatinamente. El Estado no financia adecuadamente al hospital y a la par no permite otros medios para obtener recursos. No se trata de crear fundaciones que cobren al usuario pues una medida como esa institucionaliza la injusticia, sino de abrir nuevas posibilidades de financiamiento, por ejemplo, derivando las enormes sumas de dinero que el Estado invierte en el sistema privado de salud con los seguros de los empleados públicos, creando Fundaciones de Estado que recauden fondos provenientes de la taquilla de eventos culturales, de impuestos al cigarrillo, de seguros de responsabilidad civil, etc.
La segunda: Los hospitales son instrumentos de la política partidista. La partidocracia en Venezuela, antes y después de Chávez, considera que los hospitales son una dependencia del partido gobernante; los directivos escogidos en la sede de los partidos tienen dos cometidos: generar votos a favor del gobierno de turno por medio del clientelismo y contener las crisis simulando normalidad. De allí los operativos de venta de pollo, verduras y embutidos en el ámbito hospitalario, la reiterada negación de la crisis hospitalaria en los medios de comunicación, los operativos de limpieza y de aparición súbita de recursos cuando el hospital es visitado por un alto personero del gobierno.
La tercera: Los hospitales son buenos para hacer negocios y delinquir, la vigilancia de la institución no es una prioridad para los organismos de seguridad del Estado. Empresas privadas y proveedores, comerciantes, trabajadores de la salud y delincuentes comunes ven en el hospital un coto de caza para la ganancia fácil, esta idea ya la desarrollé en un artículo publicado en la internet, «El Hospital Universitario de Los Andes y las invasiones bárbaras». Medicamentos, material médico quirúrgico, bombillos, centros de piso, equipos y toda clase de bienes del hospital son sustraídos continuamente por propios y extraños. Asaltos, homicidios a mano armada e intentos de violación son delitos ocurridos en el hospital. Entre tanto, el número de policías asignados a la institución quizás sea una pequeña porción de los que se destinan a labores de escolta personal.
La cuarta: El hospital es de todos, por lo tanto no es de nadie. Al contrario de lo que cabía esperar en un país gobernado con ideología socialista, la idea de bien público ha desaparecido en Venezuela. Lo que es público no merece cuidado, puede ser destruido, despilfarrado o utilizado para fines particulares. Lo que es público no pertenece al dominio de interés de las personas excepto a la hora de repartir.
La quinta: El derecho individual es superior al derecho de todos. El derecho de vendedores ambulantes, de profesionales de la salud, de obreros y empleados y de cualquier grupo organizado está por encima del derecho a la salud de todos. Un ejemplo: hace un tiempo un miembro del personal se retiró a las 10:00 am de un día entre semana porque a partir de ese momento comenzaba su permiso sindical; este personal era imprescindible para efectuar el traslado de un niño grave a un estudio de imagen, al no haber suplente, el traslado del niño tuvo que hacerse dos horas más tarde trayéndole graves consecuencias para la salud; al reclamar la situación me respondió un representante sindical: pero él (el trabajador) tiene derecho a disfrutar de su permiso sindical…
La sexta: La estúpida y maniquea diatriba política reinante, basada en dos argumentos repetidos hasta la locura: por un lado los opositores, para quienes el gobierno es corrupto e ineficiente y es la causa de la caída del paraíso terrenal, y por el otro, el gobierno que acusa a la oposición de apátrida, conspiradora y profeta del desastre. Esta reducción absurda de la complejidad de nuestros problemas sociales ha embotado las mentes y subyugado las voluntades, todo el país se hunde en miríadas de problemas pero las personas sólo miramos el escenario del circo creado por los dos grupos que se disputan el poder, grupos cuyo único interés parece ser el usufructo de los privilegios del poder.
Es hora de que los venezolanos nos preocupemos por los graves problemas sociales desde una perspectiva más imparcial y racional, al margen de la estéril confrontación polítiquera que explota sentimientos gregarios y clasistas. A todos nos interesa un hospital que ofrezca excelente calidad de atención médica gratuita, que además sea escenario idóneo para la enseñanza clínica, para ello es necesario actuar en varias dimensiones: 1) El hospital debe reorganizarse desde una perspectiva centrada en la atención del paciente y no en la política partidista, 2) el financiamiento del hospital debe adecuarse a la demanda asistencial para asegurar la gratuidad y la calidad de atención al usuario, 3) la infraestructura y los servicios deben ser rehabilitados y modernizados 4) la gestión administrativa debe ser modernizada, desburocratizada y desconcentrada, 5) toda la gestión asistencial y administrativa debe ser auditada y 6) la función académica del hospital debe ser rescatada y reorganizada.
Tan enorme tarea requiere de voluntad política y personal, de entusiasmo, honestidad, creatividad y objetividad, de autocrítica y esfuerzo colectivos, de empatía entre usuarios y trabajadores de la salud, de ánimo inquisitivo, de sacrificio. Tal suma de virtudes suena utópica, pero sin utopía somos algo peor que animales.