Por: Simón Rodríguez Porras (PSL)
El ataque armado contra la sede de la revista satírica francesa Charlie Hebdo el 7 de enero por parte de presuntos fundamentalistas islámicos, en el que fueron asesinados diez caricaturistas y empleados de la publicación y dos policías, ha suscitado un masivo repudio a nivel mundial. No solo se trata de un crimen cobarde y despreciable por su objetivo de escarmentar a una publicación que ha ridiculizado a las instituciones religiosas y sus discursos, sino también nefasto por previsibles consecuencias. Sobre los asesinatos de Charlie Hebdo maniobrarán los gobiernos de la Unión Europea, Estados Unidos e Israel para fortalecer sus políticas imperialistas en el Medio Oriente y el Norte de África; así como para atacar las libertades democráticas dentro de sus propios países, profundizando la criminalización de las luchas sociales y la disidencia. Una primera y dramática demostración de ello ha sido la aberrante marcha del 11 de enero en París, que bajo el paraguas de consignas a favor de la «paz» y la «libertad de expresión» fue encabezada por sanguinarios terroristas de Estado como Sarkozy o el primer ministro israelí Netanyahu. Medio centenar de jefes de Estado europeos y altos funcionarios, responsables de toda clase de crímenes de guerra y atrocidades contra los derechos humanos se pusieron a la cabeza de la marcha.
Detrás del aparentemente unánime repudio al ataque contra la publicación humorística francesa Charlie Hebdo, es necesario distinguir varias posiciones. Una de las más prominentes dentro de Francia es la de los racistas e histéricos antimusulmanes que ven en el crimen una nueva oportunidad para emitir sus diatribas contra casi la quinta parte de la población mundial que profesa el Islam. Una postura con exponentes dentro de la política francesa como el infame Frente Nacional de Le Pen, que casi no disimula su satisfacción con el ataque, del que se lucra políticamente. No es un dato menor que dicha agrupación de extrema derecha haya alcanzado el 25% de los votos en las elecciones europeas de 2014. Tanto los racistas como los fundamentalistas que llevaron a cabo el ataque se retrolimentan, buscan polarizar a la población sobre un mismo eje. La diferencia es que la derecha racista europea está en auge políticamente, mientras que el fundamentalismo islámico no goza de apoyo masivo.
Luego está la posición falsamente demócrata de muchos políticos, como los de la MUD, que dicen rechazar el crimen contra Charlie Hebdo pero apoyan iguales o peores atrocidades contra la libertad de expresión en países como México o Colombia, donde decenas de periodistas son asesinados por régimenes brutales por disentir. O socialdemócratas como Hollande, que hasta el 2011 convivieron en su agrupación internacional con los partidos de los dictadores de Egipto y Túnez, verdugos de las libertades democráticas que fueron barridos por sus pueblos en la revolución árabe.
También está la posición, que ha gozado de cierta difusión dentro de círculos de la izquierda reformista como el chavismo, según la cual la revista Charlie Hebdo no debió ser atacada, pero que en definitiva sus caricaturas eran ofensivas para los religiosos, por lo cual priorizan diferenciarse de la consigna de solidaridad más difundida con un «Je ne suis pas Charlie Hebdo» (Yo no soy Charlie Hebdo), que por ejemplo es el título de un artículo de José Antonio Gutiérrez ampliamente difundido por el chavismo. Título que coincide exactamente con el de la declaración formulada por el derechista Le Pen para diferenciarse de la revista, a la que tildó de «anarco trotskista».
En tanto su funcionamiento se asemeja mucho al de una secta religiosa, con un comandante supremo y toda suerte de símbolos «sagrados», es lógico que muchos en el chavismo se escandalicen ante caricaricaturistas irreverentes que hacen dibujos grotescos y «ni siquiera» respetan a las religiones. En tal sentido, solo rechazan el método de los terroristas, pero no cuestionan radicalmente su objetivo, pues algo (o mucho) conceden a la noción de que hay temas que de antemano deben estar más allá de toda posible satirización. Por otra parte, el gobierno venezolano apoya rabiosamente a un régimen terrorista como el de Al Assad que asesina, tortura y encarcela a caricaturistas, y de eso prácticamente nada dice el chavismo.
Para los socialistas revolucionarios, está absolutamente claro que más allá de las legítimas críticas al trabajo de los caricaturistas de Charlie Hebdo, no puede haber prescripciones sobre los límites del humorismo, como no pueden fijarse para el arte en general. Apartarse un mílimetro de esa posición de principios es acercarse a la justificación de los móviles de los criminales, más allá de la condena de sus métodos.
Por lo demás, los verdaderos racistas y antimusulmanes en Francia no trabajan en Charlie Hebdo, trabajan para el Frente Nacional, para Sarkozy, para los grandes medios de comunicación, abiertamente de derecha como Le Figaro y Minute, aportando a la confección de una ideología nacionalista e imperialista rancia al servicio de toda clase de crímenes coloniales por parte de Francia en África, en el Oriente Medio, y dentro de sus propias fronteras al criminalizar a los jóvenes, a los árabes y a los inmigrantes pobres. Y entre las secuelas de esas políticas criminales, ante el estancamiento de las revoluciones árabes, está el crecimiento del fundamentalismo islámico, que se alimenta de la desesperanza. Es así como se retroalimentan los que dicen combatir el terrorismo y los fundamentalistas. Pero el fundamentalismo sigue siendo repudiado por la enorme mayoría de los musulmanes en el mundo.
Al describir la función de la religión institucionalizada, Marx planteaba que era análoga a la de las flores que cubren nuestras cadenas. De lo que se trata es de romper esas cadenas, y no habrá necesidad de la religión. A mayor libertad y mayores derechos económicos y sociales, mientras más se avance contra la explotación y la opresión capitalista, el fundamentalismo carecerá de condiciones en las cuales prosperar. Tanto los gobiernos imperialistas, que han apoyado las peores atrocidades por parte de Israel y de régimenes como el egipcio; como Rusia y China, que han apoyado a dictadores como Al Assad; e incluso el chavismo, que dio la espalda a la revolución árabe desde el primer estallido en Túnez, han colocado ladrillos en el dique contrarrevolucionario con el que las satrapías del Oriente Medio y el Norte de África contienen a las masas. Unos tienen más responsabilidad que otros, es cierto. Pero mientras tanto, la verdadera lucha contra el fundamentalismo la libran los kurdos en Kobane y en el Kurdistán sirio, los jóvenes movilizados contra Al Sisi en Egipto, todos los que mantienen viva la llama de la revolución árabe. Apoyarlos es la única forma consecuente de oponerse al imperialismo y a los fundamentalistas.