Sobre el «hiperliderazgo»
Lacan, el psicoanalista, decía de los celos que incluso en el caso que fuese verdad lo que se sospecha de la pareja – que se acuesta con otros- no por eso la estructura de los mismos deja de ser patológica. Del mismo modo, y cambiando todas las cosas obvias que haya que cambiar, algo más o menos similar puede decirse del tema este del «hiperliderazgo»: así sea verdad que el antes venerado y ahora vilipendiado Monedero es un agente del capitalismo mundial, un infiltrado de la oligarquía, un operador del «chavismo sin Chávez», un intelectual pequeño burgués, un ignorante, y en fin, un cizañero borbón, no por eso lo que planteó deja de ser un hecho patológico, y no por que lo haya dicho él, sino fundamentalmente por la respuesta que al respecto apresuró tanto el presidente como sus glosadores habituales.
Por: Luis Salas Rodríguez
Lacan, el psicoanalista, decía de los celos que incluso en el caso que fuese verdad lo que se sospecha de la pareja – que se acuesta con otros- no por eso la estructura de los mismos deja de ser patológica. Del mismo modo, y cambiando todas las cosas obvias que haya que cambiar, algo más o menos similar puede decirse del tema este del «hiperliderazgo»: así sea verdad que el antes venerado y ahora vilipendiado Monedero es un agente del capitalismo mundial, un infiltrado de la oligarquía, un operador del «chavismo sin Chávez», un intelectual pequeño burgués, un ignorante, y en fin, un cizañero borbón, no por eso lo que planteó deja de ser un hecho patológico, y no por que lo haya dicho él, sino fundamentalmente por la respuesta que al respecto apresuró tanto el presidente como sus glosadores habituales.
El hecho simple de tener que insistir en que una crítica al Presidente no es forzosamente una conspiración contrarrevolucionaria es el mejor síntoma, para seguir con la metáfora clínica, de lo anterior. Y en el caso de Monedero, bien hay que decir que ni siquiera dijo nada novedoso o que no hubiese dicho el mismo presidente antes. En todo caso, lo que iba a comentar es que este tema de tener que hacer la confesión de fe chavista antes de opinar, es similar GRAMATICALMENTE HABLANDO, a la que hay que hacer cada vez que se acusa al estado de Israel de cometer alguna de las barbaridades que nos tiene acostumbrados: hay que partir aclarando que no se es antisemita, que no se es nazi ni se niega el holocausto, con lo cual de entrada todo efecto crítico se desvanece ante el chantaje histórico-dramático de lashoa y además igual sales acusado de genocida. Lo primero que uno se pregunta es dónde quedaron aquellos tiempos en que la crítica no sólo era bienvenida sino incluso promovida a lo interno del chavismo, cuando se decía, parafraseando a Allende, que ser revolucionario y no ser crítico era un hecho contranatural.
Cuando el tema del liderazgo por lo demás se lleva al plano sentimentalista, el debate no sólo se vuelve esteril sino que dejó de ser en sí mismo revolucionario. Por eso no es un tema menor el chantaje dramático. Digamos, por su puesto que para uno es legítimo el liderazgo presidencial, entre otras cosas, por reconocimiento de muchas cualidades personales y creo que la mayoría está consciente que su importancia fundamental en la conducción del proceso, pero de eso a adoptar una deuda infinita, martirizante y nunca suficientemente correspondida hay un enorme trecho. Supongo que será Mario Silva quien en su sabiduría infinita de exégeta presidencial alguna vez explique esta amalgama. Que explique en qué momento el liderazgo entre iguales y por tal motivo contingente del hecho revolucionario («sólo soy una brizna en el viento del huracán revolucionario, un soldado al que las circunstancias han puesto al frente de esta batalla») fue sustituida por la dependencia y la gratitud del poder pastoral («yo que pudiera estar haciendo otra cosa hoy domingo y sin embargo estoy aquí…, yo que he sacrificado mi vida y familia por ustedes…»).
Si de sacrificios revolucionarios se trata, seguramente los 214 campesinos asesinados en los últimos años sacrificaron mucho más que cualquiera de nosotros. Por otra parte, si el liderazgo presidencial está amenazado por distintas vías (magnicidio, etc.) la respuesta revolucionaria no puede ser acentuar la dependencia. Esto no significa dejar que lo maten, lo único que significa es que la mejor dirección y la más fuerte es la dirección colectiva.
Lenin, el viejo bolchevique que los izquierdistas del siglo XXI tanto odian por intransigente, solía decir que en el seno del partido revolucionario era tan contrarrevolucionario colaborar con el enemigo como privarse de criticar a la dirección por temor al chantaje de colaborar con el enemigo. El partido bolchevique, por lo demás, y contrario a lo que suele pensarse, surgió y se mantuvo por mucho tiempo como un partido de tendencias ya que se partía que lo común a los revolucionarios eran sus divergencias. Por lo tanto, no deja de ser paradójico que cuando se habla del PSUV y la organización revolucionaria se tome al partido bolchevique como modelo de lo que no se debe hacer. Y lo paradójico por supuesto no es que se le deba considerar como modelo a seguir, sino que como cualquiera que medio conozca la historia sabrá la tendencia autoritaria y paranoica del partido bolchevique comenzó justo cuando se abandonó el impulso revolucionario y la nomenclatura consolidó «la victoria de las oficinas» sobre los soviets. Por suerte está muy lejos la experiencia venezolana, «por ahora», de esto. Pero la verdad del caso es que sólo en una lectura burocrática de la práctica revolucionaria la crítica es un peligro y quien la hace sujeto de linchamiento público.