Socialismo y práctica revolucionaria
Siempre se ha afirmado que sin teoría revolucionaria no habrá jamás revolución socialista. Muchos lo dicen y repiten en diversas ocasiones, sin profundizar mucho en su verdadero sentido, haciendo del socialismo un cúmulo de citas de autores o teóricos socialistas sin conexión alguna con la realidad que se busca transformar. Por ello, el socialismo vive una carencia de debates en torno a lo que representa en la actualidad y a la necesidad de llevarlo a la práctica, despojándonos del viejo recetario político que heredamos, el cual nos impide construir el cambio estructural de un modo audaz, innovador y realmente revolucionario, de tal forma que -al mismo tiempo- se destruya el antiguo orden y se construya el nuevo, con participación del pueblo.
Siempre se ha afirmado que sin teoría revolucionaria no habrá jamás revolución socialista. Muchos lo dicen y repiten en diversas ocasiones, sin profundizar mucho en su verdadero sentido, haciendo del socialismo un cúmulo de citas de autores o teóricos socialistas sin conexión alguna con la realidad que se busca transformar. Por ello, el socialismo vive una carencia de debates en torno a lo que representa en la actualidad y a la necesidad de llevarlo a la práctica, despojándonos del viejo recetario político que heredamos, el cual nos impide construir el cambio estructural de un modo audaz, innovador y realmente revolucionario, de tal forma que -al mismo tiempo- se destruya el antiguo orden y se construya el nuevo, con participación del pueblo.
Cuando la revolución rusa del 7 de noviembre de 1917 hizo realidad la consigna “Todo el poder a los Soviets”, proclamada por Lenin y sus compañeros bolcheviques, se pensó que la teoría socialista al fin comenzaba a concretarse en hechos reales, sin el idealismo del cual fuera revestido en algún tiempo. Sin embargo, la titánica tarea enfrentó diversas dificultades, entre ellas la guerra interna que desataron sus enemigos, sumada a la agresión imperialista de las potencias de entonces, cuestiones que terminaron por frenar la experiencia democratizadora iniciada por los obreros, campesinos y soldados de la naciente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), con la consabida usurpación de la voluntad popular por parte de una burocracia partidista que, a la final, revirtió toda la situación revolucionaria que se había creado inicialmente. A dicha experiencia, se le agregarían las vividas en China, Cuba, Yugoeslavia, Vietnam y Europa del Este, cada una a su manera, adaptándose a las condiciones reales de cada país y buscando un camino propio hacia el socialismo. No obstante, la práctica revolucionaria que supone la implementación del socialismo aún quedaba pendiente, una cuestión que podría interpretarse exitosamente en nuestra América, si los revolucionarios empiezan a despojarse de los paradigmas dominantes y comienzan a construir otros en su lugar. Habría que repetir (sin dogmatismo) lo que ya declararan Marx y Engels en “La ideología alemana”, en el sentido de que “es necesaria una transformación en masa de los hombres que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que, por consiguiente, la revolución no solo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del fango en que está hundida y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases”.
En consecuencia, “debemos aprender a construir poder popular (u obrero-popular) para poder hacer la revolución”, como lo sentencia Aldo A. Casas en “Actualidad de la Revolución y Poder Popular”. No hay otra fórmula diferente. Ambas cosas tienen que producirse simultáneamente, sin descuido de ninguna en función de la otra y en abierta contradicción con el Estado del capital, sin maquillajes que conviertan a la revolución socialista en simple expresión del reformismo. Los sectores populares tendrían que crear sus espacios, de manera autogestionaria, soberana y revolucionaria, sin esperar a que todo esté plenamente considerado en las leyes, sino ejerciendo la democracia directa mediante un impulso emancipador que termine por abarcar todas las áreas de la vida en sociedad. Tal cosa no puede represarse invocando razones de Estado y, menos, la falta de madurez política del pueblo, como acostumbran algunos “revolucionarios”. Es preciso que el socialismo sea producto de una práctica revolucionaria constante, autogenerada, capaz de asegurar la continuidad, solidez y profundización de la revolución, sin perder nunca -también- la capacidad de revisarse, en función de la realidad creada por nuestros pueblos cada día.
¡¡Hasta la Victoria siempre!!
¡¡Luchar hasta vencer!!