13 junio, 2025

Tierras

a Sabino Romero

Tierra, dijo. Es un caso evidente de abigeato, respondió Caracas. Demarcación de territorios, aclaró. Hay un vínculo evidente con el narcotráfico internacional, graznó el Poder. Perijá, Yukpa, insistía. Homicida, tronó el Estado. Y todo el poder con sus leyes, español y blanquísimo, se movilizó en torno.

a Sabino Romero

Tierra, dijo. Es un caso evidente de abigeato, respondió Caracas. Demarcación de territorios, aclaró. Hay un vínculo evidente con el narcotráfico internacional, graznó el Poder. Perijá, Yukpa, insistía. Homicida, tronó el Estado. Y todo el poder con sus leyes, español y blanquísimo, se movilizó en torno.

Los funcionarios dieron en dar carreras y llenar formularios y enviar memorandos y faxes de emergencia. Las oficinas de todos los ministerios se transformaron en un infierno de papeleos urgentes y reuniones de última hora. Los teléfonos repiquetearon donde y a la hora que debían hacerlo y fueron diligentemente atendidos por quienes debían atenderlos. Las solicitudes fueron respondidas, las demandas satisfechas, los requerimientos cumplidos. Unos a otros se atosigaban, pero cada quien fue dando cumplimiento cabalmente a su responsabilidad. Se tomaron las decisiones que habían de tomarse: se dispusieron los fiscales, se realizaron las investigaciones, se convocó a los magistrados, se asignaron los jueces, se seleccionó el jurado, se armaron los expedientes, se dio apertura al circo.

La justicia debe hacer que se cumplan nuestras leyes, inquirió el juez. La justicia debe ser más ciega y más sorda que nunca, aguzó el fiscal. Sobre todo en lo que respecta a los alegatos del procesado, sentenció el jurado. Y se vio que todos estaban muy de acuerdo en todo, pero principalmente en la culpabilidad del prisionero.

Demarcación, defendió el acusado. Es un homicida, acusó fiscalía. El juicio es inconstitucional, arguyó la defensa. Está sublevado, conspiró el jurado con unanimidad. Son territorios ancestrales, precisó el insumiso. Añado el delito de conspiración, apuntó el secretario. Jurisdicción indígena, alegó el insurrecto. Las pruebas apuntan al narcoterrorismo y la traición a la patria, señaló un periodista. Los muertos, si los hay, son míos; expuso el acusado. Alevosía y ventaja, concluyó el juez.

No está en su sano juicio, deliberó el jurado, conformado por ciudadanos de respetable militancia, hinchados de orgullo patrio y revolucionario. No entiende el español, no se da por enterado. Habla sin sentido en esa jerigonza suya ininteligible. No atiende a nuestras leyes, a nuestros jurisconsultos, a nuestros fiscales, a nuestros magistrales magistrados doctorados en nuestras respetables y centenarias universidades. Por eso es que no sabe qué es asesino, qué es ladrón, qué es sentencia. La palabra juicio no le entra. Su castellano magullado insiste en unas pocas palabras, da vueltas obsesivamente alrededor de los mismos vocablos. Tierra, dice. Demarcación, insiste. Y nada, nosotros queremos es que diga asesino y diga abigeato, y diga renuncio. Que ya no diga minería, ni carbón, ni aguas. Sí señor, debe decir. Está bien así, debe decir. Como usted diga, debe decir. Como hablan los hombres civilizados debería hablar.

Toda la industria de la burocracia, el aparato estatal, la molienda propagandística, el sistema milico-judicial, las fuerzas del bien y el orden, del deber ser y los intereses comunes, el capital mismo en persona, se puso en marcha para frenar el desenfreno, para sacarlo de circulación, para taparle la boca con barrotes de hierro. Los burócratas saben cuando la burocracia debe funcionar con rapidez y precisión, cuando su máquina debe demostrar su eficiencia.

Desde detrás de las rejas grita tierra, desde detrás de las rejas grita demarcación, desde detrás de las rejas grita que paren las exterminadoras de bosque, las contaminadoras de aguas, las trituradoras de sierra. Y no se da por enterado de que está preso por abigeato y por asesinato y por narcotraficante, no se da cuenta que está preso porque representa un peligro para el desarrollo bienpensante del campo nuestro ganadero. No sabe que la justicia es una mula terca que el no puede dominar como a esos animales con los que sube hasta Chaktapa, con los que cruza río negro de Shirimi a Ayapaina, hasta Cunana, hasta Tuctari. ¿Dónde queda eso?, ¿eso es Venezuela?, preguntan los burócratas, los leguleyos. Pero el Estado calla, el poder calla, porque sabe bien dónde, sabe bien qué. Ganado, piensa, y le pica el ojo al ganadero. Carbón, piensa, y firma acuerdos internacionales. Coltán, piensa, y se le hace agua la boca. Minería, concluye, casi en voz alta ya, pero se frena a tiempo mientras se les llenan los bolsillos y las cuentas corrientes y las manos de sangre.

¿Quién es ese que truena como las aguas? ¿A quién es ese al que le componen canciones? ¿Quién anda armando bulla, haciendo marchas de indios descalzos en la plaza de Bolívar, frente al Palacio Presidencial, frente al Palacio de Justicia? ¿Qué ardor lo trae a levantar la voz al amo? ¿Por qué no dobla la cerviz el indio? ¿Cómo se vuelve tantos un solo hombre? Y vuelve a encenderse la máquina.

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