17 enero, 2025

Transgénicos: El prontuario criminal de Monsanto

Una reciente resolución de las autoridades científicas de Argentina
invita a recordar la historia negra de esta transnacional
norteamericana que atenta contra el medio ambiente y la vida.

Una reciente resolución de las autoridades científicas de Argentina
invita a recordar la historia negra de esta transnacional
norteamericana que atenta contra el medio ambiente y la vida.

Monsanto se presenta a sí misma como una empresa visionaria, una
fuerza de la historia mundial que trabaja para aportar ciencia de
vanguardia y una actitud ambientalmente responsable a la solución de
los problemas más urgentes de la humanidad. Pero, ¿qué es en realidad
Monsanto? ¿Cuál es su origen? ¿Cómo llegó a ser el segundo productor
mundial de agroquímicos y uno de los principales proveedores de
semillas en el planeta?. ¿Es Monsanto la compañía «limpia y verde» que
proclaman sus anuncios, o los mismos apenas representan una operación
de imagen que oculta la naturaleza criminal de la compañía?

En una Resolución del 13 de diciembre de 2004, el Comité Nacional de
Etica en la Ciencia y la Tecnología (CECTE), dependiente del
Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de Argentina, tomó
conocimiento de la convocatoria al Premio «Animarse a Emprender»,
instituido por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas,
Educativas y Técnicas (CONICET) y la empresa Monsanto, que otorgaba 30
mil dólares al mejor proyecto en el área de biotecnología y medio
ambiente, y recogió las inquietudes formuladas sobre este premio por
algunos investigadores.

En atención a esas consideraciones, el CECTE estimó que es
«inconveniente» que una institución pública de la ciencia y la
tecnología se asocie en el otorgamiento de premios a la investigación
científica o tecnológica con organizaciones o empresas que «son objeto
de cuestionamientos éticos por sus responsabilidades y acciones
concretas en detrimento del bienestar general y el medioambiente».

Monsanto es la compañía que introdujo al mercado la primera generación
de cultivos transgénicos, convirtiéndose en el líder mundial en la
promoción de biotecnología en la agricultura. Actualmente, es el mayor
vendedor mundial de semillas transgénicas en Latinoamérica, Estados
Unidos y Canadá. Sus cultivos representan más del 90 por ciento de
todos los cultivos transgénicos del mundo. Los cultivos resistentes a
su herbicida «glifosato», como la «soja RR» (Roundup Ready) y el «maíz
RR», sólo promueven la agricultura industrial de insumo-dependencia.
Una mirada a su historia nos dará algunas claves reveladoras, y puede
ayudarnos a entender mejor las prácticas actuales de la compañía.

Un resumen de la detallada investigación realizada por Brian Tokar,
autor de «Earth for Sale» (South End Press, 1997) y «The Green
Alternative» (New Society Publishers, 1992), yprofesor de Ecología
Social en el Goddard College, de Plainfield, Vermont, Estados Unidos,
muestra una verdadera colección de atrocidades perpetradas por esta
multinacional de gran ingerencia actual en Latinoamérica.

Con sede en San Louis, Missouri, Estados Unidos, Monsanto Chemical
Company fue fundada en 1901 por John Francis Queeny, un químico
autodidacta que llevó la tecnología de la fabricación de sacarina, el
primer edulcorante artificial, de Alemania a Estados Unidos. En los
años 20, Monsanto se convirtió en uno de los principales fabricantes
de ácido sulfúrico y de otros productos básicos de la industria
química, y desde la década del 40 hasta nuestros días, es una de las
cuatro únicas compañías que han estado siempre entre las 10 primeras
empresas químicas de Estados Unidos.

En los años 40, el negocio de Monsanto giraba en torno a los plásticos
y las fibras sintéticas. En 1947, un carguero francés que transportaba
nitrato de amonio (utilizado como fertilizante) explotó en un muelle a
unos 90 metros de la fábrica de plásticos de Monsanto en las afueras
de Galveston, en Texas. Más de 500 personas murieron en lo que llegó a
ser considerado como uno de los más grandes desastres de la industria
química. La planta producía estireno y plásticos de poliestireno, que
aún se usan para envases de alimentos y otros productos de consumo
masivo. En los años 80, la Agencia de Protección del Medio Ambiente de
los Estados Unidos (EPA), colocó al poliestireno en el quinto lugar de
la clasificación de productos químicos cuya producción genera las
mayores cantidades totales de residuos peligrosos.

En 1929, la Swann Chemical Company, adquirida poco después por
Monsanto, desarrolló los bifenilos policlorados (PCBs por sus siglas
en inglés), que fueron muy alabados por su estabilidad química y su
ininflamabilidad. Su uso más frecuente se dio en la industria de
equipos eléctricos, que escogió a los PCBs como refrigerantes
incombustibles de una nueva generación de transformadores. En el
transcurso de los años 60, los compuestos de la cada vez más numerosa
familia de los PCBs de Monsanto fueron también usados como
lubricantes, líquidos hidráulicos, aceites lubricantes de
herramientas, revestimientos impermeables y selladores líquidos. Las
pruebas de los efectos tóxicos de los PCBs se remontan a los años 30,
cuando científicos suecos que estudiaban los efectos biológicos del
DDT comenzaron a hallar concentraciones significativas de PCBs en la
sangre, pelo y tejidos grasos de los animales silvestres.

La investigación durante los años 60 y 70 reveló que los PCBs y otros
compuestos organoclorados aromáticos eran carcinógenos poderosos, y
también los relacionó con un amplio conjunto de trastornos
reproductivos, de desarrollo y del sistema inmunológico. La afinidad
química de estos compuestos por las grasas es responsable de sus
enormes tasas de acumulación y bioconcentración, así como de su
expansión a través de la cadena alimenticia marina en el mundo. Aunque
la fabricación de PCBs se prohibió en Estados Unidos en 1976, sus
efectos tóxicos y perturbadores del sistema endocrino persisten en
todo el mundo.

La relación de Monsanto con la dioxina se remonta a la fabricación del
herbicida 2,4,5-T, que comenzó a finales de la década de los 40. Casi
inmediatamente, los trabajadores comenzaron a enfermar, con erupciones
en la piel, dolores inexplicables en las extremidades, articulaciones
y otras partes del cuerpo, debilidad, irritabilidad, nerviosismo y
pérdida del deseo sexual. Documentos internos muestran que la compañía
sabía que aquellas personas estaban realmente tan enfermas como
decían, pero la empresa mantuvo todas las pruebas ocultas. El
contaminante responsable de las dolencias de los trabajadores no fue
identificado como dioxina hasta 1957, pero antes de esa fecha, los
especialistas en guerra química del ejército de los Estados Unidos se
habían interesado por dicha sustancia como una posible arma química.

Monsanto envenenó Vietnam. El herbicida conocido como Agente Naranja,
que fue usado por las fuerzas militares estadounidenses para defoliar
los ecosistemas de selva tropical de Vietnam durante los años 60, era
una mezcla de 2,4,5-T y 2,4-D que provenía de varias fuentes, pero el
Agente Naranja de Monsanto tenía concentraciones de dioxina muchas
veces superiores al producido por Dow Chemical, el otro gran productor
del defoliante. Esto convirtió a Monsanto en el principal acusado en
la demanda interpuesta por veteranos de la guerra del Vietnam, que
experimentaron un conjunto de síntomas de debilidad atribuibles a la
exposición al Agente Naranja. Cuando en 1984 se alcanzó un acuerdo de
indemnización por valor de 180 millones de dólares entre siete
compañías químicas y los abogados de los veteranos, la justicia ordenó
a Monsanto pagar el 45,5 por ciento del total. Por supuesto, a los
tribunales de Estados Unidos ni se los ocurrió que a una mayor
indemnización tenían derecho la sociedad y el Estado de Vietnam.

El Roundup es el herbicida más vendido del mundo. Actualmente, los
herbicidas de glifosato, tales como el Roundup, representan al menos
una sexta parte de las ventas anuales totales de Monsanto, y la mitad
de los ingresos por operaciones de la compañía, o quizá algo más,
desde que la misma delegó sus actividades en torno a productos
químicos industriales y tejidos sintéticos en una empresa aparte,
llamada Solutia (en septiembre de 1997). Monsanto promociona
agresivamente el Roundup como un herbicida seguro y de uso general en
cualquier lugar, desde céspedes y huertas hasta grandes bosques.

En 1997, Monsanto respondió a cinco años de quejas del fiscal general
del estado de Nueva York relativas a que sus anuncios del Roundup eran
engañosos, cambiando sus anuncios en el sentido de borrar las
referencias a la «biodegradabilidad» y al carácter «ambientalmente
positivo» del herbicida. La serie de grandes multas y decisiones
judiciales contra Monsanto en Estados Unidos incluyen
responsabilidades en casos de muerte por leucemia, multas de 40
millones de dólares por el vertido de productos peligrosos al medio
ambiente, y muchos otros episodios. En 1995, Monsanto era la quinta
empresa de Estados Unidos en el inventario de vertidos tóxicos de la
EPA, con millones de kilogramos de productos químicos tóxicos
descargados sobre la tierra, en el aire, en el agua y en el subsuelo.

Los productos farmacéuticos de Monsanto tienen también un historial
inquietante. El producto estrella de la compañía farmacéutica Searle,
subsidiaria de Monsanto, es el edulcorante artificial «aspartame»,
vendido bajo los nombres comerciales de Nutrasweet y Equal. En 1981,
cuatro años antes de que Monsanto comprase Searle, un comité
consultivo de la FDA (Food and Drug Administration) compuesto por
científicos independientes, confirmó informes que afirmaban que el
aspartame podría inducir tumores cerebrales.

La FDA retiró a Searle la licencia de venta del aspartame, pero esta
decisión fue anulada por un nuevo comisionado nombrado por el entonces
presidente Ronald Reagan. En ese momento el actual secretario de
Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, era el presidente de la
compañía.

Un estudio de 1996 publicado en la revista científica Journal of
Neuropathology and Experimental Neurology ha suscitado de nuevo la
preocupación, relacionando el aspartame con un incremento súbito de
cánceres cerebrales a poco de introducirse la substancia. La Unidad de
Investigación sobre Política Científica de la Universidad de Sussex,
Inglaterra, cita una serie de informes de los años 80, que relacionan
el aspartame con un conjunto amplio de reacciones adversas en
consumidores sensibles, incluyendo dolores de cabeza, visión borrosa,
entumecimiento, pérdida de audición, espasmos musculares y ataques
inducidos de tipo epiléptico, entre otras muchas dolencias.

La agresiva promoción que Monsanto realiza de sus productos
biotecnológicos, desde la hormona recombinante del crecimiento bovino
(rBGH) a la soja «Roundup Ready» y a sus variedades de algodón
resistentes a los insectos, resulta a ojos de cualquier observador
como una continuación de sus largas décadas de prácticas éticamente
discutibles.

Originalmente, Monsanto fue una de las cuatro empresas que querían
introducir en el mercado una hormona sintética del crecimiento bovino,
producida por la bacteria E. coli, manipulada genéticamente para
producir la proteína bovina. El esfuerzo de Monsanto, que duró 14
años, para lograr la aprobación de la FDA a la comercialización de la
BGH recombinante, estuvo lleno de controversias, llegándose a
denunciar un esfuerzo coordinado para suprimir información sobre los
efectos perjudiciales de la hormona.

La hormona de Monsanto se aprobó por la FDA para su venta comercial a
principios de 1994. El año siguiente, la Unión de Agricultores de
Wisconsin, hizo público un estudio de las experiencias de los
granjeros con la droga. Sus hallazgos excedieron los 21 problemas
potenciales de salud que Monsanto fue obligada a incluir en la
etiqueta de advertencia de su marca Posilac (nombre comercial de la
rBGH). Se obtuvieron muchos informes de muertes espontáneas entre
vacas tratadas con rBGH, alta incidencia de infecciones de ubres,
graves dificultades metabólicas y problemas en los partos y, en
algunos casos, imposibilidad de apartar a las vacas tratadas de la
substancia, a la que se habían habituado.

Muchos ganaderos experimentados que usaron la rBGH tuvieron que
reemplazar de repente una buena parte de sus rebaños. En lugar de
responder a las causas de las quejas de los ganaderos sobre la rBGH,
Monsanto emprendió la ofensiva, amenazando con demandas judiciales
contra las pequeñas empresas lecheras que anunciaban sus productos
como libres de la hormona artificial, y participando en una acción
legal interpuesta por varias asociaciones industriales de comercio
contra la primera (y única) ley de etiquetado obligatorio para la rBGH
en Estados Unidos. Todo ello mientras aumentaban las pruebas de los
efectos perjudiciales de la rBGH en la salud de las vacas y de las
personas.

Los esfuerzos para impedir el etiquetado de las exportaciones
estadounidenses de soja y maíz manipulados genéticamente, parecen
indicar que Monsanto sigue aplicando las tácticas ingeniadas por la
compañía para sofocar las quejas contra la hormona de la leche. Si
bien Monsanto argumenta que su soja «Roundup Ready» acabará por
reducir el consumo de herbicidas, el uso generalizado de variedades de
cultivos tolerantes a los herbicidas significa un aumento de la
dependencia de los agricultores respecto del herbicida. Las malas
hierbas que aparecen después de que el herbicida original se haya
dispersado o degradado, se tratan a menudo con más aplicaciones de
herbicida.

Por otra parte, Monsanto ha aumentado su producción de Roundup en los
últimos años. Habiendo expirado la patente de Roundup en Estados
Unidos en el año 2000, y con una competencia de productos genéricos de
glifosato surgiendo en todo el mundo, el «paquete» de herbicida
Roundup y semillas «Roundup Ready» se ha convertido en la piedra
angular de la estrategia de Monsanto para seguir aumentando sus ventas
de herbicida.

Los posibles efectos ambientales y sanitarios de los cultivos
tolerantes al Roundup no han sido investigados completamente; por
ejemplo, los efectos alergénicos, el caracter invasivo o de mala
hierba de estos cultivos y la posibilidad de que la resistencia al
herbicida se transfiera vía polen a otras semillas de soja o a otras
plantas emparentadas.

Mientras que los problemas con la soja resistente a herbicidas son
despreciados como algo muy genérico y especulativo, la experiencia de
los algodoneros con las semillas manipuladas genéticamente por
Monsanto constituye una historia muy diferente.

Desde 1996 Monsanto ha sacado dos variedades de algodón manipulado
genéticamente; una es una variedad resistente al Roundup, y la otra,
llamada «BT», segrega una toxina bacteriana para controlar los daños
producidos por plagas del algodón. La toxina, derivada del Bacillus
thuringiensis (B.t.), se ha utilizado por los agricultores ecológicos
desde los primeros años 70 en forma de un aerosol natural bacteriano.
Pero a diferencia de las bacterias B.t., que viven relativamente poco,
y segregan su toxina en una forma que sólo se activa en los sistemas
digestivos de ciertos gusanos y orugas, los cultivos «BT» modificados
genéticamente segregan una forma activa de la toxina a lo largo del
ciclo vital de la planta.

Gran parte del maíz genéticamente manipulado del mercado es una
variedad con capacidad de segregar esta toxina bacteriana, ideada para
repeler al gusano de la raíz del maíz y a otras plagas comunes.

El primer problema de estos cultivos que segregan plaguicidas es que
la presencia de la toxina en todo el ciclo vital de la planta favorece
la aparición de cepas resistentes al B.t. entre los insectos. La EPA
ha determinado que una resistencia extendida al B.t. puede convertir
en inefectivas las aplicaciones naturales de la bacteria B.t. en
apenas tres o cinco años, y pide a los agricultores que planten hasta
un 40 por ciento de sus cultivos con algodón no manipulado
genéticamente, para que sirva de «refugio» a los insectos y evitar la
aparición de resistencias al B.t. En segundo lugar, la toxina
segregada por estas plantas puede dañar a insectos beneficiosos,
además de aquellas otras especies que los agricultores quieren
eliminar.

Pero los efectos nocivos del algodón «BT» han resultado ser mucho más
rápidos de lo esperado, tanto que Monsanto y sus socios han retirado
del mercado más de 2 millones de kilos de semillas de algodón
manipuladas genéticamente, y han acordado pagar a los cultivadores de
Estados Unidos una indemnización de muchos millones de dólares. A
pesar de estos problemas, Monsanto sigue fomentando el uso de la
ingeniería genética en la agricultura al tomar el control de muchas de
las mayores y más establecidas empresas de semillas en los Estados
Unidos, controlando el 85 por ciento del mercado estadounidense de
semillas de algodón.

La compañía sigue también en otros países esta agresiva política de
adquisiciones de empresas y de venta de productos. En 1997, Monsanto
compró «Sementes Agroceres S.A.», descrita como «la principal empresa
de semillas de maíz de Brasil», con una cuota de mercado del 30 por
ciento. Por otro lado, son conocidas las denuncias de importación
ilegal de soja transgénica provenientes de la filial argentina de
Monsanto.

Con esta larga e inquietante historia, se entiende porqué muchos
ciudadanos informados de Europa y Estados Unidos se resisten a confiar
en Monsanto el futuro de su comida y salud. No ocurre lo mismo en
Latinoamérica.
Bajo la gestión de su presidente, Robert Shapiro, Monsanto ha apartado
todos los obstáculos para transformar su imagen de un suministrador de
productos químicos peligrosos en una institución ilustrada y con
visión de futuro, que lucha para alimentar al mundo. Shapiro se
describe a sí mismo como un visionario y un hombre renacentista,
encargado de la misión de usar los recursos de la compañía para
cambiar el mundo: «No es un problema de buenos y malos. No sirve para
nada decir -si los malos se fueran, entonces el mundo iría bien-; es
el sistema entero el que ha de cambiar; hay una gran oportunidad para
reinventarlo, dice el ejecutivo de Monsanto.

El sistema «reinventado» de Shapiro es tal que no sólo continúan
existiendo las grandes empresas, sino que además éstas ejercen cada
vez un mayor control sobre nuestras vidas. Pero últimamente se nos
dice que Monsanto se ha reformado, que se ha desprendido con éxito de
sus divisiones de industria química y que se ha comprometido a
reemplazar los productos químicos con «información», en forma de
semillas manipuladas genéticamente y otros productos de la
biotecnología. Esto no deja de ser una ironía viniendo de una compañía
cuyo producto más rentable es un herbicida.

Monsanto demuestra claramente que ha aprendido a utilizar la
charlatanería adecuada. Así, Roundup no es un herbicida, sino «una
forma de minimizar las labores del suelo y reducir la erosión». Los
cultivos de ingeniería genética no son simplemente fuentes de
beneficio para Monsanto, «sino que surgen para resolver el problema
inexorable del crecimiento de la población». Por último, se nos quiere
hacer creer que la agresiva promoción de la biotecnología que lleva a
cabo Monsanto no es fruto de la arrogancia empresarial, sino
simplemente una «ley de la naturaleza».

Monsanto ha bautizado el aparente crecimiento exponencial de lo que
llama «conocimiento biológico» con el nombre de «Ley de Monsanto»
-nada menos-. Como con cualquier otra presunta ley de la Naturaleza,
poco se puede hacer fuera de observar cómo se cumplen sus
predicciones, y en este caso, la predicción es ni más ni menos que el
crecimiento exponencial continuo del poder mundial de Monsanto.

Pero el crecimiento de cualquier tecnología no es simplemente una «ley
de la naturaleza». Las tecnologías no son fuerzas sociales en sí
mismas, ni simples herramientas neutrales que se pueden utilizar para
alcanzar cualquier fin social, sino el producto de unas instituciones
sociales y de unos intereses económicos particulares.

Por ejemplo, la llamada «Revolución Verde» de la agricultura de los
años 60 y 70 aumentó temporalmente los rendimientos de los cultivos, e
hizo también a agricultores de todas las partes del mundo cada más
dependientes de costosos insumos químicos. Esto provocó
desplazamientos generalizados de campesinos fuera de sus tierras, y en
muchos países ha ido en detrimento del suelo, las aguas subterráneas y
las tierras comunales, que han sustentado a la gente durante miles de
años. Estos desequilibrios a gran escala han alimentado la
suburbanización y la pérdida de poder social de las comunidades, lo
que ha conducido a su vez a otro ciclo de empobrecimiento y hambre.

La «Segunda Revolución Verde», prometida por Monsanto y otras
compañías biotecnológicas, amenaza con una destrucción aún mayor de
las relaciones sociales y de la posesión tradicional de la tierra.

Al rechazar a Monsanto y su biotecnología, no estamos necesariamente
rechazando la tecnología «per se», sino que queremos reemplazar una
tecnología de manipulación, control y beneficios, que niega la vida,
por otra verdaderamente ecológica, diseñada para respetar el
funcionamiento de la Naturaleza, mejorar la salud personal y
comunitaria, sustentar a las comunidades que viven de la tierra y
operar a una escala genuinamente humana. Si creemos en la soberanía,
es necesario que podamos elegir qué tecnologías son las mejores para
nuestras comunidades, en lugar de que decidan por nosotros entidades a
las que es muy difícil pedir responsabilidades, como Monsanto.

En vez de tecnologías ideadas para el enriquecimiento continuo de unos
pocos, podemos basar nuestra tecnología en la esperanza de una mayor
armonía entre nuestras comunidades humanas y el mundo material.
Nuestra salud, nuestros alimentos y el futuro de la vida en la Tierra
están realmente en juego.

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