6 octubre, 2024

Túnez: Los relojes rotos de la Casbah

Nuestra llegada a Túnez coincide con una aparente nueva etapa en el proceso revolucionario abierto hace ya más de dos meses.

Nuestra llegada a Túnez coincide con una aparente nueva etapa en el proceso revolucionario abierto hace ya más de dos meses. El presidente Mebazaa acaba de anunciar la convocatoria de elecciones para una Asamblea Constituyente el 24 de julio, además de aceptar gran parte de las reivindicaciones del movimiento popular. El mismo movimiento que hace menos de una semana hizo caer al primer ministro Mohammed Ghannouchi, al precio de siete nuevos muertos y centenares de heridos y represaliados, demostrando una vez más que las victorias no se regalan, sino que las conquista el pueblo. El mismo que ocupando la Casbah durante los últimos once días ha hecho de esta plaza un símbolo de la revolución popular en marcha. Un espacio autogestionado y asambleario que reunía a cientos de personas llegadas de las zonas más castigadas del país, muchas de ellas vinculadas a partidos de la izquierda y movimientos sociales. Centro neurálgico de las grandes movilizaciones que han recorrido la capital tunecina, que contaba con su propio centro de información, puesto médico y logístico que proveía de comida, seguridad y mantas a sus ocupantes.

Junto a Santiago Alba Rico y Lucía recorremos la Casbah el día en que se disolvió la ocupación por decisión de sus propios miembros. Una retirada provisional, motivada por una victoria pero vigilante ante los próximos pasos del gobierno y dispuesta a retomar la ocupación si éstos no se corresponden con las reivindicaciones del pueblo en lucha.

Aunque en pleno proceso de desmantelamiento, un paseo por la Casbah demuestra la fuerza y la ilusión que los procesos de cambio generan en la gente, como si les devolvieran a la vida hasta entonces negada. Decenas de personas, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, forman corros y discuten acaloradamente, todos hablan de política, de la revolución, de las últimas noticias, se fotografían con las pintadas que decoran los muros o con el grupo de soldados que aún permanecen en la plaza, te interpelan para compartir sus exigencias, sus experiencias o simplemente para charlar. Repitiendo a cada momento la palabra karama: dignidad, una dignidad arrebatada durante tanto tiempo y que ahora, una vez recuperada, es uno de los tesoros más preciados de la revolución (zaura). Recuperarando tantos años de silencio, en una especie de revuelta contra el “tiempo”: el tiempo de Ben Ali murió y llegó al fin el del pueblo, que se condensa y cobra un ritmo propio, sin rutinas, que los relojes no pueden medir.
Resulta curiosa la iconografía revolucionaria que adorna las paredes de la Casbah, bautizada como Plaza de la Revolución: el retrato del Che resurge en múltiples murales, así como numerosos eslóganes reminiscencia del 68 (“seamos realistas: pidamos lo imposible”). Consignas que se tornan en una realidad que se palpa, se huele, se escucha en la calle. Un estado de ánimo, un horizonte por el que merece la pena luchar.

Según nos comenta Santi, una de las primeras consecuencias, efímera en este caso, de la revolución fue una especie de efecto mágico sobre la conducción. Imbuidos por los efectos emocionales y el sentido de responsabilidad histórica de la revolución en marcha, por primera vez se respetaron las normas de circulación y quedó de facto anulado el ‘antiguo régimen’ de caótico tráfico capitalino. Una victoria que ningún policía de la dictadura había conseguido.

Del centro de la ciudad partimos a unos de los barrios más castigados de la periferia, El Mourouj, para reunirnos con un joven que ha participado activamente en el proceso revolucionario, tanto desde el campamento de la Casbah como desde la autoorganización de los consejos de defensa de la revolución en su propio barrio. Mahmid es un ejemplo de los miles de jóvenes parados que se rebelaron contra la dictadura de Ben Ali y lideraron la autogestión de sus barrios, tomando en apenas dos meses una conciencia que desborda a la de muchos revolucionarios.

En la última planta aún sin terminar de su casa, con música rap de fondo y la bandera de uno de los equipos locales de fútbol, Mahmid nos cuenta cómo las y los vecinos asumieron las tareas de autogobierno frente a elementos contrarrevolucionarios puestos en juego por el ya casi derrotado régimen de Ben Ali. Como él mismo afirma, esta revolución no sólo se ha hecho para derrocar al dictador, sino para “cambiar las cosas de verdad. No queremos una democracia como la vuestra. Si estábamos contra Ghannouchi no es sólo porque formase parte del antiguo régimen, sino también porque continuaba con las políticas de privatizaciones de Ben Ali”. Más determinante aún, no duda en defender que “esta revolución es contra el capitalismo”.

Lo más interesante de nuestra conversación con Mahdi, más allá de compartir sus propias experiencias durante este proceso, es comprobar cómo en los momentos revolucionarios, cuando las masas irrumpen en la escena pública para hacer política, los cálculos y los tiempos se rompen, el pragmatismo se ve desbordado y lo que hasta hace unos meses era imposible, ahora no sólo es posible, sino que se vuelve realidad.

5/3/2011

Paseando por el libro abierto de la revolución tunecina

Varios mitos han girado en torno a las revoluciones en el mundo árabe, o al menos en el relato que de ellas se ha hecho desde los medios de información occidentales. Uno de ellos es el protagonismo de las clases medias urbanas conectadas a las redes sociales a través de sus teléfonos inteligentes. Un buen ejemplo es la portada de la revista Jeune Afrique que, con una joven de clase media ataviada con una bandera tunecina, adorna machaconamente los paneles publicitarios del centro de la ciudad. Otro mito bastante reproducido es el supuesto espontaneísmo de la revuelta, sin organización previa y coordinada a través de facebook, la única red social permitida por el régimen de Ben Ali por las posibilidades de control sobre la ciudadanía que le ofrecía, especialmente sobre la juventud.

En nuestro intento por conocer los verdaderos escenarios y protagonistas de la revolución tunecina, nos dirigimos a Ben Arous, población industrial situada en la periferia de la ciudad de Túnez, zona obrera por antonomasia y fiel reflejo del ‘milagro’ económico neoliberal receptor de las inversiones directas extranjeras dirigidas a los sectores de la electricidad, el textil o el automóvil. Allí tiene un peso especial la Unión General de Trabajadores de Túnez (UGTT), única organización sindical legal durante los 23 años del régimen de Ben Ali y principal organización social tunecina. Y en esta condición de espacio de organización política ‘en exclusiva’, integraba desde direcciones colaboracionistas con la dictadura a bases locales y regionales opositoras. Dualidad que a comienzos de 2011 se tornó a favor de la segunda tras un largo proceso de profundización y radicalización de las demandas obreras iniciado durante la revuelta minera de Sidi Bouzid en 2008, decisivo para las numerosas manifestaciones de los últimos meses o la Huelga General del 14 de enero que provocaron la salida de Ben Ali.

Esta mañana la sede local de la UGTT en Ben Arous hay una efervescencia ciudadana: una reunión de mujeres en el patio central convive con la vertiginosa actividad de los pasillos. Mohammed Mosalmi, dirigente sindical de la agrupación local nos cuenta el papel de la UGTT en las revueltas, aunando y politizando las distintas reivindicaciones sectoriales que durante los tres últimos años habían acumulado más de 1.570 conflictos laborales, además de las 70 huelgas convocadas en los dos meses que han seguido al 14 de enero o las numerosas ocupaciones de empresas, algunas de ellas filiales de transnacionales. 12.000 nuevos afiliados al sindicato en menos de seis semanas son sólo un reflejo del aumento de la conciencia de clase y de la necesidad de organizarse que ha acompañado a la ebullición revolucionaria, especialmente en zonas industriales como Ben Arous.

Al salir de la sede de la UGTT un grupo de mujeres de una empresa de electrodomésticos nos interpela para que nos traslademos a su centro de trabajo. La mayoría de sus 70 trabajadoras llevan cuatro días en huelga concentradas frente a la fábrica en la que trabajan 48 horas semanales por menos de 100 euros al mes en condiciones de absoluta precariedad. El patrón, escudándose en la crisis económica internacional y en la revolución, hace semanas que se niega incluso a pagarles esa cantidad irrisoria. Conocemos así de primera mano la conflictividad laboral y toma de conciencia que está acompañando al proceso revolucionario a través de sus anónimas protagonistas que, de forma apasionada, nos rodean y muestran sus quejas, sus nóminas, sus heridas laborales, sus reivindicaciones y sus esperanzas de que las reformas políticas tengan también una traducción real en su vida material cotidiana.

El grito mas coreado es ‘dignidad’; y la imagen mas repetida, la ‘v’ de victoria. Ambos resumen todo un programa revolucionario: basta ya de humillaciones salariales y laborales, basta ya de ser invisibles, de no tener palabra. Si tuviéramos que dibujar esta revolución, sin duda una de las imágenes principales sería la sonrisa de estas mujeres en lucha. Una sonrisa contagiosa, de esperanza y dignidad.

De vuelta al centro urbano de Túnez, recorremos la Avenida Bourguiba, vía principal de la ciudad y escenario de las principales manifestaciones y del terror desencadenado por los mercenarios de Ben Ali, elementos contrarrevolucionarios salidos de los numerosos cuerpos de la policía. El 14 de enero, con Ben Ali huyendo del país en avión, la policía encerraba en esta avenida a miles de manifestantes quienes, gaseados desde las calles adyacentes y tiroteados por francotiradores empotrados en las azoteas, se refugiaron en los portales y apartamentos de los numerosos edificios que pueblan esta calle, sufriendo muchos de ellos durante la noche una represión a la chilena que les llevó a la tortura y la muerte. Hace una semana, siete personas morían en esta avenida a manos de las milicias en la víspera de la caída del ex primer ministro Ghannouchi. Hoy, los edificios oficiales, incluido el tétrico Ministerio del Interior en el que todavía se torturan las esperanzas del pueblo tunecino, siguen protegidos por alambradas y por los tanques del Ejército que se mantuvo neutral sobre el papel pero intervino para defender al pueblo de las milicias paramilitares.

La Avenida Bourgiba es como los espejos del Callejón del Gato de Max Estrella, en los que se reflejan deformadas las oportunidades, retos y peligros del proceso revolucionario, en el que la policía recorre las calles cubiertas por pintadas, cruzándose con el mismo pueblo victorioso y reprimido, luchador y torturado. Una tensa calma que se siente a cada paso, como si se esperara una nueva tormenta. Bulliciosas terrazas de cafeterías, venta ambulante hasta ahora prohibida, alambre de espino, siniestros policías de paisano y blindados militares son algunos de los elementos que componen el cuadro inacabado de este periodo histórico completamente abierto.

Con las primeras reformas democráticas ha llegado también la legalización de partidos políticos, de nueva creación o con una dilatada trayectoria de trabajo, ya fuese en la clandestinidad o encubierto dentro de las organizaciones del antiguo régimen. Uno de ellos es el Partido del Trabajo Patriótico y Democrático, miembro del Frente 14 de enero. En su recién estrenada sede situada a pocos metros de la Avenida Bourguiba nos recibe Mohamed Jmour, uno de sus dirigentes. Nos expone su apuesta por concurrir a la convocatoria de elecciones a la Asamblea Constituyente del 24 de julio con una plataforma unitaria amplia que reúna a distintas organizaciones de izquierda y nacionalistas progresistas, que según él podría alcanzar un 30% de los votos y afianzar así muchas de las conquistas alcanzadas hasta ahora.

Sin duda, la revolución tunecina ha contado y cuenta con una espontaneidad que desborda el cálculo y previsiones de cualquier organización revolucionaria; con una amplitud social que incorporó y sigue incorporando también a las clases medias capitalinas; y con redes sociales como facebook convertidas en instrumentos de coordinación de las revueltas. Ahora bien, poner todos los focos y atención exclusivamente en estos elementos es negar la multitud de historias de lucha y resistencia que se han sucedido durante los últimos años, el papel que han jugado organizaciones clandestinas y encubiertas, sus victorias parciales e importancia fundamental en el proceso revolucionario; es sacar de la fotografía a los jóvenes de las barriadas autogestionadas, a las obreras en huelga de Ben Arous, a los sindicalistas que desde sus pequeñas sedes locales coordinaban huelgas sectoriales y apoyaban ocupaciones de fábricas.

No sin razón, alguien escribió sobre una pared de la Avenida Bourguiba: ‘Thank you Facebook’. Sería injusto que esta revolución siguiera en marcha sin que nadie reconociese y agradeciese también al resto de sus protagonistas. Aunque es muy probable que muchos de ellos no busquen encontrar su nombre pintado en ninguna pared ni su cara fotografiada en la portada de ninguna revista, sino simplemente ver que su digna y valiente lucha les permite finalmente recuperar las riendas de su futuro. Y el futuro en Túnez es un libro abierto que miles de manos están escribiendo hoy.

6/3/2011

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *