Chile: la mala educación

Es posible que Chile no solo sea el primer país neoliberal del mundo (el primero en llegar a tal quiero decir) sino en verdad el único que hay. Es conocido que en los países promotores del neoliberalismo mundial de las últimas décadas (Inglaterra, USA) muchas de las cosas contempladas en el “consenso de Washington” en realidad nunca se aplicaron, o se aplicaron a medias con muchas conciliaciones, al igual que pasó en casi todas partes de un modo o de otro. En los Estados Unidos, por ejemplo, existe un sistema público nacional de salud importante y una seguridad social con cobertura médica gratuita; en Chile, por el contrario, sobrevive un exiguo sistema de salud pública municipalizado y la seguridad social está privatizada por la intermediación de las AFP.

Es posible que Chile no solo sea el primer país neoliberal del mundo (el primero en llegar a tal quiero decir) sino en verdad el único que hay. Es conocido que en los países promotores del neoliberalismo mundial de las últimas décadas (Inglaterra, USA) muchas de las cosas contempladas en el “consenso de Washington” en realidad nunca se aplicaron, o se aplicaron a medias con muchas conciliaciones, al igual que pasó en casi todas partes de un modo o de otro. En los Estados Unidos, por ejemplo, existe un sistema público nacional de salud importante y una seguridad social con cobertura médica gratuita; en Chile, por el contrario, sobrevive un exiguo sistema de salud pública municipalizado y la seguridad social está privatizada por la intermediación de las AFP.

Históricamente, por poner otro ejemplo que además viene al caso, Inglaterra ha contado con un sistema público educativo gratuito de calidad; en Chile, el sistema educativo es prácticamente privatizado hasta secundaria, tanto en la figura de los colegios privados 100% como en aquellos donde hay aporte mixto en los que los representantes pagan una parte de la asignación mensual de los estudiantes, hasta aquellos que son subvencionados totalmente por el Estado que es, en realidad, una forma de referirse a un singular mecanismo donde el Estado otorga una subsidio no a la familia sino a la banca privada para que ésta, a su vez, financie a los colegios. Por lo demás, toda la educación universitaria está privatizada, incluso en el caso de las llamadas “públicas”, donde igual hay que pagar o entrar por un complicadísimo mecanismo de selección muy sensible a las inequidades que desde la primaria impone el sistema, de manera tal que sólo de modo excepcional un estudiante no proveniente de los colegios privilegiados lograr acceder, es decir, solo llegan los suficientes para legitimar el mito de la movilizadad social y la superación. El resto, los que sobran -para citar la famosa canción de Los Prisioneros-, deben conformarse con lo que tienen, entre otras cosas con una especie de parasistema universitario donde pululan miles de establecimientos regidos absolutamente por la oferta y la demanda y los criterios comerciales del target –capacidad de pago- de manera tal que la gente (los menos) puede escoger entre uno “bueno” pero bastante caro y otro (para los más) relativamente accesible pero bastante malo.

En su Chile actual, anatomía de un mito, Tomás Moulían plantea una idea muy interesante pero poco debatida, que si bien encaja perfectamente al caso chileno puede servir para otras realidades. Lo que dice Moulían es que el modelo económico implantado por la dictadura necesitaba para legitimarse de un mito social que le diera estabilidad, mito por lo demás que no lo inventó tanto la dictadura como La Concertación, la plataforma de partidos de izquierda que gobernó chile durante los últimos 20 años y que no sólo heredó el modelo sino que lo consolidó. Así las cosas, ante la ausencia de una política social clásica, en la medida en que toda la legislación laboral regula a favor de los patrones y que todos los servicios públicos están privatizados e incluso transnacionalizados, la única forma de garantizar el acceso a bienes y servicios por parte de la población mayoritaria (incluyendo –y sobre todo- los sectores clase media) es a través de la popularización del crédito, o como se dice allá: de las compras “en cuotas”, mecanismo mágico que tiene la virtud de crear una movilidad social no basada en la distribución equitativa del ingreso sino en la masificación del poder adquisitivo y del consumo financiado, piedra angular de un modelo de acumulación que es uno de los más eficientes del mundo en la medida en que es uno de los desiguales.

El caso concreto del actual conflicto de la educación en Chile debe considerarse entonces –más allá de sus particularidades- sobre la base del agotamiento de este modelo, o mejor dicho, de las dificultades que presenta para seguir funcionando con el consenso casi generalizado con que contó durante muchos años gracias a la ficción de movilidad que garantizó. Y es que tal y como ocurrió en el caso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos y ahora en España, el problema del crédito a mediano y largo plazo es el de la sostenibilidad o, para decirlo de un modo ortodoxo aunque tal vez errado, presenta un problema de “rendimientos marginales” en especial porque la demanda no puede seguir sosteniéndose sobre la base de un endeudamiento que ha condenado a una generación entera de chilenos y chilenas a vivir prisioneros de la banca y el retail.

Es en esta medida que el famoso modelo educativo chileno es prisionero de sus propios éxitos: se masificó no por la vía de la inclusión en sentido clásico sino por la expansión del crédito, pues como dejó bien claro Piñera recientemente siguiendo los criterios mercantiles que le son propios, la educación es un negocio no un derecho: ha sido un negocio para los bancos que viven del endeudamiento familiar pero también para los privados que invierten en establecimientos educativos como quien invierte en puestos de comida rápida. Pero en términos globales, ha sido un negocio para todos los patronos en lo que respecta al mercado de trabajo, pues en la medida en que los estudiantes son graduados como churros sin ningún tipo de regulación y además endeudados, abaratan los costos de mano de obra por la vía de la abundancia de la misma. Y también, desde luego, fue un negocio para La Concertación, que supo cultivar este modelo bajo su sobria imagen de izquierda progre hasta convertirlo en la burbuja perfecta. El tema está en que como todo negocio de este tipo tiene límites que le son propios: y el límite en este caso viene dado, como se dijo, por la insostenibilidad del endeudamiento como mecanismo de ingreso.

Es aquí donde el tema de la calidad de la educación se convierte en un problema de doble filo: por una parte, si se toma como un problema en sí mismo no se avanzará mucho, pues no se trata de un problema de pedagogía o mejores salones sino del modelo educativo en términos generales. Pero en sentido amplio es una bandera que empuja, denuncia y evidencia el límite de dicho modelo, pues en verdad no se puede avanzar en ella sin desmontar los sagrados principios mercantiles. O sea: lo que existe no es un conflicto entre calidad de la educación y el afán de lucro, sino una contradicción entre ambos en la medida que no puede aumentarse la primera sin reducir lo segundo, contradicción que es propia del modelo así haya estado encubierta por la dinámica evolutiva del mismo. Pero esta contradicción por lo demás no es exclusiva del modelo educativo, sino que es constitutiva a toda la sociedad y el “acuerdo” social que la sostiene.

Por último, y esto es lo más importante, si alguna lucha de las que se llevan a cabo en el mundo actualmente es imagen de las luchas por venir es la que se desarrolla en Chile: aunque como las otras surge de un problema concreto es, sin embargo, una batalla potencialmente universalizable y transversal, pues pone en evidencia el estado de sitio económico en que se ha convertido la vida en términos generales bajo las condiciones del capitalismo tardío. No es una lucha contra el neoliberalismo ni se trata de un asunto de “mayor inclusión”: es una lucha contra el poder del Capital y contra los poderes micros y macros que lo acompañan y alimentan, que en el caso concreto de Chile son de los más retrógrados que existen. Si lo acontecido en Egipto y Túnez emociona independientemente de los caminos que hayan tomados ambas rebeliones, lo de Chile adicionalmente conmueve pues es una lucha contra el miedo, la paralización y la desesperanza sembrados no solo por los terribles años de la dictadura y su shock asesino, sino por la herencia de una institucionalidad históricamente brutal y excluyente, que hizo del peso de la noche principio de un orden impuesto por casi nunca por la razón y generalmente por la fuerza, y en los años de La Concertación por una obscena mezcla de todo esto con reality show, farándula y sentido común progresista. Es en este sentido preciso que la lucha por la calidad de la educación es a su vez una lucha de la mala educación: una rebelión contra el conformismo y el arribismo, contra el terror de los carabineros y la manipulación de los políticos, contra el abuso de los curas, los patrones y los banqueros (que muchas veces son los mismos), contra la naturalización de la inequidad y por un mañana distinto a este presente de sombras, cobardías, oportunismos y mediocridades.

Chile se merece esta primavera y muchas más, se merece este renacer de su utopía, y sus hermosas y hermosos combatientes todo la solidaridad del mundo que se planta contra la noche del malvenir y sus siniestros agentes.

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