The Joker: precariedad social y violencia tumultuaria

Por Omar Vázquez Heredia

Desde su estreno, el pasado 31 de agosto en el Festival de Venecia, la película el Joker del director Todd Williams, con guión de Scott Silver, ha provocado una variedad de halagos y críticas que parten de la brillante actuación de Joaquín Phoenix y de las interpretaciones acerca del mensaje político de esa obra cinematográfica. Algunos analistas han dicho que es una película que azuza la rebeldía y otros que ensalza un nihilismo reaccionario. Ciñéndonos a las complicaciones graduales que vive Arthur Fleck, personaje principal a partir del cual se organiza el desarrollo de la historia, proponemos dos nuevas miradas políticas con sus especificidades analíticas, pero que ambas se articulan en la precariedad social de Ciudad Gótica y terminan en la violencia tumultuaria.

Una mirada democrática

A partir de esta perspectiva limitada el problema reside solo en un tipo de gestión estatal que recorta la asistencia social y en el discurso discriminante de la representación de los ricos: Tomas Wayne. Arthur Fleck padece una enfermedad mental, ocasionada por los abusos sexuales y las contusiones en el cráneo que sufrió a manos de una pareja de su madre adoptiva. Pero su empleo precario le obliga a necesitar la asistencia social del Estado para acceder a sus medicamentos y a la terapia psiquiátrica. No obstante, el financiamiento a la asistencia social es recortado, porque las llamadas políticas paralelas de austeridad fiscal y reducción de impuestos a los grandes capitales acarrean que los Estados ya ni siquiera dirijan recursos al sostenimiento del cuidado básico necesario para contener en términos políticos y sociales a los sectores de la sociedad que viven en condiciones de precariedad.

Allí, encontramos una crítica directa a la ausencia de un sistema sanitario gratuito y universal en Estados Unidos, y a su privatización y desfinanciamiento en otros países del mundo que antes tuvieron los llamados Estados de bienestar o desarrollistas en el caso de América Latina. Eso se observa en la escena clímax de la película: la entrevista del comediante Franklin Murray con Arthur Fleck, ya transformado en el transcurso del arco narrativo del personaje en el Joker. En ese momento, el Joker justifica el asesinato de los tres ejecutivos y sus consecuencias en el recorte estatal del acceso a su tratamiento psiquiátrico, al decir “¿Qué obtienes cuando cruzas a un enfermo mental solitario con una sociedad que lo abandona y lo trata como  una porquería?”.

Esos tres asesinatos se convierten en un detonante de la violencia tumultuaria a partir del  trasfondo de la película, que son las condiciones sociales de precariedad en que viven los pobres de Ciudad Gótica, y en un hecho puntual que es el discurso discriminante de Tomas Wayne, la representación de los ricos. Nuevamente, desde esta perspectiva, el problema reside en la ausencia de una respuesta democrática de la sociedad: una cultura política que evite un discurso social que visibiliza y convierte en identidades políticas a los precarizados. Son las afirmaciones elitistas de Tomas Wayne las que interpelan a los pobres entendidos como fracasados y los terminan convirtiendo en sujeto colectivo: todos son payasos y todos se consiguen en esa revuelta en la que ejercen violencia tumultuaria.

Una mirada clasista

Desde una perspectiva más integral el problema reside en el orden capitalista y los intereses unilaterales del capital. El capitalismo mundial se encuentra inmerso en una crisis de sobreacumulación que les impone a los capitales individuales crear y buscar apresuradamente oportunidades de negocio rentables para evitar su desvalorización. En ese sentido, en todo el mundo, ocurre una intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo y de la naturaleza, y una ampliación de la mercantilización de necesidades básicas. Esto signa a la realidad global actual de programas de austeridad y ajuste que implican fenómenos como la privatización de servicios públicos y derechos sociales con el recorte de la inversión estatal (el desfinanciamiento de los servicios públicos y del sistema de salud y educación), la expansión de la frontera extractivista con enormes proyectos de monocultivo y megaminería (el Arco Minero del Orinoco), y reformas laborales y previsionales que eliminan beneficios de la clase trabajadora activa y jubilada (el memorando 2792, las tablas salariales impuestas y la bonificación salarial).

En el caso puntual de la intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo, los capitales individuales han incorporado tecnología y modelos de gestión laboral flexibles que reducen la necesidad de trabajadoras y trabajadores activos. Así, a la par de la precariedad laboral, ha surgido un proceso de crecimiento acelerado de la población obrera sobrante que se expresa en el desempleo y subempleo estructural. Para la lógica del capital, esos seres humanos son desechables porque no son explotables ni pueden comprar sus mercancías. Esto se observa al inicio de la película cuando Arthur Fleck, para explicar la agresión que recibió de los jóvenes en el callejón, le dice a la mujer afroamericana de la oficina de asistencia social que “cada vez está peor allá fuera”, y ella le responde que “la gente está enojada. Está luchando. Buscando trabajo. Son tiempos difíciles”.

Los marcos de reconocibilidad del orden dominante, significan a los miembros de la población laboral sobrante como seres desechables y estos transforman ese rechazo social en odio personal y en un deseo de sobrevivencia, que los convierte en una masa vacante que es utilizada e ingresa en los negocios ilegales del mismo capital. Entonces, en ocasiones, construyen su identidad a partir de la violencia delincuencial, como modo de relacionarse con la sociedad. Esto le ocurre a Arthur Fleck cuando se siente reconocido y valorado por los efectos sociales de su asesinato de los tres ejecutivos en el Metro, cuando él dice que “ni siquiera yo sabía que existía en realidad, pero sí existo, y la gente está empezando a notarlo”.

Los desechados son no vidas sin derecho a duelo, por lo tanto el Estado les aplica políticas de seguridad donde los sentencia a muerte con ejecuciones policiales (OLP y FAES) y les niega el acceso digno a la educación, salud y vivienda con recortes al presupuesto del sistema educativo, sanitario y habitacional. Como ya dijimos, a Arthur Fleck le quitan su tratamiento y terapia médica. Al contrario, el poder estatal y económico entiende como vidas llorables solo a los tres ejecutivos asesinados, Tomas Wayne y la policía se comprometen a conseguir al culpable. Esa diferencia contrasta con las millones de vidas desechadas y destruidas por un orden social que solo les garantiza sobreexplotación laboral, falta de alimentos y asistencia médica, viviendas insalubres, migración precaria y violencia estructural. En la escena clímax, Arthur Fleck ya transformado en el Joker le pregunta a la audiencia del programa de Murray, “¿por qué tanto alboroto por esos tipos? Si yo me estuviera muriendo en la acera, pasarían por encima de mí. Todos los días paso entre ustedes y no me toman en cuenta”.

Esa desigualdad entre pocas vidas humanas y muchas vidas deshumanizadas es el sustrato concreto que estalla en violencia tumultuaria a partir del discurso elitista y clasista de Tomas Wayne. El problema no es simplemente retórico, es un sistema que desecha seres humanos y que estos resisten esa condición como clase con más o menos organización en diferentes tipos de movilización y protestas (paro nacional en Colombia, insurrección popular en Chile, movilizaciones indígenas en Ecuador y huelga nacional de maestras y maestros en Venezuela).

Violencia tumultuaria

La violencia tumultuaria se restringe a la desobediencia contingente ante la autoridad y las normas, tiene un origen espontáneo como reacción a partir de un hecho concreto primario, y se despliega en protestas desestructuradas como las revueltas o pobladas que ejecutan como principal tipo de acción colectiva a los disturbios generalizados. Al contrario, en las rebeliones e insurrecciones existe un mayor nivel de organización política de los sujetos movilizados y estos definen previamente o en el transcurso de la jornada de protestas un pliego de demandas concretas o un programa alternativo para transformar el orden político y social.

Esa ausencia en la violencia tumultuaria de una dirección política entendida como demandas concretas y organizaciones dirigentes de los movilizados, provoca que en la mayoría de las ocasiones la cataloguen como un tipo de acción colectiva pre-política. En cambio, nosotros consideramos que cualquier tipo de insubordinación de las clases y grupos dominados en contra del Estado y el orden dominante supone transformaciones o cambios progresivos en la correlación de fuerzas, que tienen un carácter político. No obstante, la violencia tumultuaria al expresar la carencia de densidad organizativa de los movilizados en contra del orden dominante, ocasiona el surgimiento de líderes carismáticos que se constituyen en la voz de la revuelta: los representantes y canalizadores institucionales. Entonces, restablecen la normalidad política cuando desde el Estado hacen concesiones materiales y/o simbólicas a las clases y grupos subalternos movilizados.

En la película el Joker la característica de la violencia tumultuaria ha permitido un mensaje político que coquetea con cierto nihilismo, porque Arthur Fleck se considera apolítico en la escena clímax y, en ese momento cuando Murray le pregunta que busca, responde que nada. Eso expresa otra condición de la actualidad: las clases y grupos subalternos no observan una alternativa social ante las consecuencias negativas de la crisis del orden capitalista. Esto por la deriva totalitaria de experiencias históricas que se propusieron organizar sociedades diferentes al capitalismo en el siglo XX con una restringida y regresiva estatización, los llamados socialismos realmente existentes, y el uso espurio de una retórica socialista para adornar en el siglo XXI procesos políticos como la denominada Revolución Bolivariana que nunca intentó superar el orden dominante actual, en realidad administró y profundizó el capitalismo dependiente, extractivista y parasitario de Venezuela. Estamos ante el principal dilema histórico del siglo XXI: la crisis civilizatoria del capitalismo mundial es menos profunda que la crisis política de su alternativa.

De ese modo, significativos núcleos de las clases y grupos subalternos terminan a partir de una mirada solamente democrática buscando imposibles soluciones a las consecuencias negativas del capitalismo al interior de este mismo orden social, o por miedo al incremento de la población laboral sobrante apoyan a la ultraderecha en el caso europeo y estadounidense porque supuestamente los responsables del desempleo estructural son los migrantes racializados. En ese marco, a partir de una mirada clasista, aquellas y aquellos que nos oponemos a la intensificación de la explotación del trabajo, a la mercantilización y privatización de la naturaleza y todas las necesidades básicas, a la existencia de gobernantes y gobernados, debemos plantear que es necesaria y posible una alternativa al orden capitalista en crisis y a los Estados como modo de organización política.

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