A 76 años de la “noche de los cristales rotos”: Primera gran masacre de judíos en Alemania y Austria
Por: Mercedes Petit (El Socialista, Argentina)
El antisemitismo fue uno de los componentes esenciales del nazismo. Diez meses antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, en la madrugada del 10 de noviembre de 1938, se produjo un gigantesco pogrom, con destrucción masiva de sinagogas, tiendas y hogares de judíos. El hecho sacudió al mundo. Fue un alerta roja sobre el real significado del Tercer Reich de Hitler y el futuro holocausto.
A comienzos del siglo pasado, Alemania era uno de los países imperialistas más poderosos. Su punto más fuerte era el alto desarrollo industrial. Así, la monarquía de los Hohenzollern pudo plantearse una industria naval y bélica que le permitiera lanzarse junto con el imperio austro-húngaro a la gran guerra inter imperialista. La apoyó la gran mayoría del gran partido obrero de masas, la poderosa socialdemocracia.
Alemania entre la derrota y la revolución
El fin de la guerra interimperialista de 1914-18 dejó a Alemania en el bando de los vencidos. Toda Europa estaba sacudida por las movilizaciones obreras, alentadas por el triunfo de los trabajadores y campesinos que en noviembre de 1917 acabaron con la dictadura de los zares en Rusia. La poderosa clase obrera alemana protagonizó en noviembre de 1919 una revolución que derrotó a la monarquía. El apoyo -por segunda vez- de la socialdemocracia al sistema capitalista y a su burguesía, así como la ausencia de una dirección como la de los bolcheviques en Rusia, dio lugar a que la conquista de libertades democráticas no avanzara hacia el triunfo de un gobierno obrero y el socialismo. En el marco del estado burgués se hizo cargo del gobierno de la “república de Weimar” la socialdemocracia.
La burguesía alemana, a través del gobierno socialdemócrata, descargaba sobre las espaldas de los trabajadores los enormes sacrificios provocado por el pago de las reparaciones de guerra fijadas por el Tratado de Versalles (condiciones que impusieron a la derrotada Alemania las potencias imperialistas victoriosas, fundamentalmente Francia e Inglaterra). En 1920 comenzó a formarse un partido de ultraderecha, que pretendía dar una salida contrarrevolucionaria a la crisis económica y aplastar definitivamente el ascenso obrero. Lo encabezaba Adolf Hitler.
El naciente partido nazi propiciaba el fanatismo nacionalista, el rechazo al tratado de Versalles, y el antisemitismo, echando la culpa de la derrota a los judíos.
En 1923, el 8 de noviembre, hicieron un fracasado intento de golpe que se inició en una cervecería en Munich. Hitler fue preso. Aprovechó la reclusión para escribir su célebre texto Mi lucha. Diez años después logró adueñarse del poder e iniciar la monstruosa dictadura del Tercer Reich.
La persecución a los judíos
Los nazis en 1933 recordaron el aniversario del putch del 23 quemando la principal sinagoga de Munich, donde vivía la segunda comunidad judía del país. Fueron poniendo en marcha el boicot a los negocios de los judíos, su expulsión de los empleos públicos y otras medidas discriminatorias.
En 1935 dictaron las “leyes de Núremberg”, que oficializaron una virtual exclusión de los judíos, aislándolos de todas las actividades de la vida nacional. Para 1938 ya existían y se habían ampliado considerablemente los campos de con- centración de Dachau, Buchenwald y Sachsenhausen. En Dachau, donde hasta entonces solo recluían presos políticos, recibieron la orden de tener preparados para el 25 de octubre 5.000 uniformes con la estrella de David amarilla cosida en la pechera.
El infame pacto de Munich
Los gobiernos imperialistas de Francia e Inglaterra hacían la vista gorda ante las primeras atrocidades del nazismo. El colmo fue la conferencia de Munich, realizada en septiembre de 1938. Se firmó un acuerdo que se proclamaba que “traería la paz”, pero que permitió a Hitler la invasión a Checoeslovaquia, con argumentos racistas sobre “derechos de la población alemana”. Semejante complicidad alentó la barbarie antijudía.
A fines de octubre se produjo la expulsión de los judíos nacidos en Polonia. En cuestión de pocas horas, unas 17.000 personas obligadas a desplazarse a la frontera con apenas una valija, mientras se les confiscaban todos sus bienes. El gobierno polaco impidió el ingreso a la mayor parte de ellos, que quedaron en condiciones muy precarias durante semanas. Finalmente, miles de ellos fueron a dar a los campos de concentración nazis en Alemania.
El 9 de noviembre, en Munich, la cúpula nazi, encabezada por Goebbels celebraba su habitual evento anual recordatorio del putch del 23. Entonces difundieron la noticia de que había sido ajusticiado dos días antes en París el nazi Ernst Eduard von Rath secretario de la embajada alemana. Su verdugo fue un joven polaco, Herschel Grynszpan, para vengar la deportación y los sufrimientos de su familia (ver recuadro). Esa fue la “excusa” para lanzar la “noche de los cristales rotos”.
Primeras sombras de la noche negra de la humanidad
Entre el 9 y 10 de noviembre, en toda Alemania, grupos de choque directamente alentados por Goebbels llevaron a cabo un gigantesco pogrom1 , protegidos por las SS (tropas de elite del nazismo). Los datos no son precisos, pero los muertos habrían alcanzado los 400 y 1.400 las sinagogas destruidas. Miles y miles de negocios fueron destrozados. Los trozos de vidrio se amontonaban en las calles, dando su nombre a esa jornada trágica. Unos 30.000 judíos fueron internados en los campos de concentración. El 10 de noviembre se hizo algo semejante en Viena, con la policía como protagonista directa de los destrozos y crímenes.
Una ola de repudio recorrió el mundo. Pero la maquinaria del nazismo ya estaba en marcha. Poco menos de un año después, con la invasión a Polonia, comenzaba la segunda guerra mundial. El holocausto del pueblo judío alcanzó unas seis millones de víctimas. Siete años después, el nazismo había sido aplastado. Millones de personas cayeron en esa lucha. El pueblo soviético, con 20 millones de muertos, tuvo un protagonismo fundamental en esa tremenda lucha.
El aparato monstruoso del Tercer Reich fue derrotado, pero el racismo sigue siendo un flagelo para la humanidad. Desde los discriminados y empobrecidos por el color de su piel o su pertenencia étnica o religiosa, hasta pueblos enteros como los palestinos siguen siendo sus víctimas. El injusto sistema del capitalismo imperialista lo engendra, y ésa es una de las tantas razones que existen para luchar por acabar con él.
1. Violencia contra un grupo social, particularmente los judíos bajo la dictadura de los zares en Rusia.
Trotsky contra los nazis
A comienzos de la década de los 30, las potencias imperialistas estaban sumergidas en el torbellino de la crisis económica capitalista mundial iniciada en el 29. La URSS, si bien no había sido afectada por ella, era víctima de la dictadura de Stalin y la burocratización del Partido Comunista de la Unión Soviética y de la Tercera Internacional.
La poderosa clase obrera alemana era dirigida por la socialdemocracia y por el Partido Comunista, fiel a Stalin. Mientras crecía la influencia de Hitler en toda la sociedad, el PC levantaba la política sectaria y suicida de minimizar el crecimiento nazi y poner en el centro de sus denuncias al Partido Socialista (le había puesto el mote de los “socialfascistas”). Trotsky reclamaba el frente único entre los dos grandes partidos obreros, y alertaba sobre que se le estaba haciendo el juego al principal enemigo, la contrarrevolución nazi. En 1933, los hechos le dieron trágicamente la razón: se apoderó del poder la bestia nazi. El horror se había puesto en marcha. Trotsky comenzó a alertar que esa contrarrevolución triunfante iría inexorablemente contra la URSS.
En 1938, desde su exilio en México, denunció al “cuarteto imperialista”, Alemania, Italia, Francia e Inglaterra, por el pacto de Munich, cuando entre loas a la “paz y la democracia”, se desmembró a Checoeslovaquia, con la complicidad de Stalin. Al mismo tiempo, denunció que Stalin buscaría un acuerdo con el propio Hilter (lo que finalmente se produjo en agosto de 1939, en la víspera del inicio de la guerra).
El 7 de noviembre de 1938 se produjo en Paris el ataque que le costó la vida al secretario de la embajada alemana (ver artículo). Trotsky se solidarizó con el “vengador”, un joven judío polaco, aunque delimitándose de su acción de terrorismo individual. Escribió que los que, “como Grynszpan, son capaces de actuar tanto como de pensar, sacrificando sus propias vidas si es necesario, constituyen la más preciosa levadura de la humanidad”. Y denunció la campaña contra Gryn- szpan que desarrollaban los partidos comunistas burocráticos, fogoneados por el Kremlin. Sembrando una deliberada confusión, lo catalogaban de agente nazi, diciendo que actuó para dar pretextos a los pogroms, y también de “agente de los trotskistas en alianza con los nazis”.
Recordemos que poco antes había culminado el “tercer juicio de Moscú”, última de las farsas jurídicas que dieron lugar a los fusilamientos de los viejos dirigentes bolcheviques que aun vivían, y en los cuales Trotsky era el principal implicado, acusado de “agente nazi”. Trotsky convocaba a la solidaridad internacional con el joven, detenido en Francia.
* “Por Grynszpan (contra los pogromos de las bandas fascistas y los canallas stalinistas)”. Escritos, Pluma, Tomo X, vol. 1, 1938-39