La destrucción ambiental capitalista y la temporada de huracanes
Por Movimiento Socialista de las Trabajadoras y los Trabajadores (República Dominicana)
Se considera temporada de huracanes en el océano Atlántico al período comprendido entre el 1 de junio y el 30 de noviembre de cada año. El calentamiento global, consecuencia de las elevadísimas emisiones de CO2 que aumentan el efecto invernadero, está generando temporadas cada vez más largas, así como tormentas tropicales y huracanes cada vez más potentes. En los últimos seis años se han formado tormentas tropicales desde el mes de mayo. Este año, al primero de septiembre, se habían formado 22 tormentas tropicales, cinco de ellas convertidas en huracanes, y todos los pronósticos apuntan a una de las peores temporadas de las que se tenga registro.
Recientemente las lluvias torrenciales de la tormenta Laura obligaron a evacuar a más de mil personas, más de doscientas casas sufrieron daños y al menos tres personas murieron en nuestro país. En Haití fallecieron al menos nueve personas. Es una historia lamentable y recurrente: en septiembre de 1966 el huracán Inés provocó la muerte de cientos de personas; el huracán David dejó miles de muertos en 1979; en septiembre de 1988 golpeó el huracán Gilbert dejando enormes destrozos y nueve personas fallecidas; en septiembre de 1998 el huracán George dejó más de mil muertos y el sistema eléctrico destruido; Jeanne y Dean impactaron en 2004 y 2007.
Cada año hay nuevas víctimas debido a la decisión de los gobiernos de no tomar previsiones y por la no superación de las condiciones estructurales de vulnerabilidad. Todavía restan tres meses de tormentas y huracanes, y las autoridades no toman medidas para minimizar los riesgos a los que están expuestas millones de personas.
Más allá de la propaganda burguesa acerca del “milagro dominicano”, referida al crecimiento más elevado de la región en los últimos quince años, es evidente que es un modelo capitalista perverso y antidemocrático que ha permitido a la burguesía local y extranjera cosechar todas las ganancias dejando al resto de la sociedad en una situación de profunda precariedad. No solo el salario real promedio es ahora más bajo que hace dos décadas, la tasa de explotación ha aumentado de manera despiadada, sino que millones de personas viven en construcciones vulnerables ante eventos naturales como sismos, inundaciones y huracanes.
Por eso es totalmente condenable la demagogia de los gobernantes que se presentan ante las víctimas de estos desastres, luego de que hay heridos, fallecidos y damnificados, tanto en el pasado con Balaguer, Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina, o ahora con Abinader. Son esas mismas la autoridades responsables de no tomar, ni antes ni después de los eventos naturales, las medidas necesarias para minimizar los daños y las víctimas. Quienes mueren o pierden sus viviendas y sus bienes son casi en su totalidad personas empobrecidas y explotadas, que viven en barrios populares o incluso en zonas como los márgenes de los ríos, y que no pueden refugiarse en lugares seguros cuando hay una tormenta, no reciben información oportuna ni auxilio para prepararse ante un evento de este tipo. En los barrios populares más afectados, las interrupciones de los servicios públicos como el suministro de electricidad y agua potable son prolongadas incluso en condiciones normales y la situación empeora drásticamente ante eventos de este tipo.
La asistencia humanitaria suele ser insuficiente y tardía, los refugios estatales suelen ser espacios precarios, construidos de manera improvisada, y que con el paso del tiempo en muchos casos se convierten en viviendas permanentes, a pesar de no contar con las condiciones de una vivienda digna. Hasta el día de hoy existen damnificados del Huracán David, ocurrido hace 41 años. Esto demuestra que no son los fenómenos naturales sino el orden criminal del capitalismo y sus garantes, los gobiernos, el que genera víctimas sin cesar entre la clase que produce la riqueza, la clase trabajadora.
Calentamiento global: aumento en el nivel de los mares y huracanes más poderosos
¿Cómo incide el calentamiento global en la generación de las tormentas tropicales y huracanes? Desde la década de los 90 hay un aumento sostenido del número de huracanes por temporada, y si bien no se ha logrado establecer una relación directa entre el calentamiento global y la cantidad de huracanes anuales, sí hay un consenso científico en cuanto a que la mayor potencia de los huracanes es consecuencia del calentamiento global. La ecuación Clausius-Clapeyron permite calcular que por cada grado centígrado de calentamiento la atmósfera retiene hasta un 7% de humedad adicional. El calentamiento global también aumenta la temperatura de los mares.
Los huracanes se forman sobre aguas cuya temperatura supera los 26.51 grados centígrados, y a mayor temperatura marítima, mayor fuerza de los huracanes. Al aumentar el nivel de los mares por el derretimiento de los polos, las marejadas ciclónicas también son más poderosas. Otro efecto del calentamiento de los mares es la liberación de gas metano del fondo marino, mucho más poderoso que el CO2 en cuanto a su incidencia en el efecto invernadero, retroalimentando todo el proceso de desastre climático en curso. Este deterioro global de las condiciones climáticas también incide en la contundencia de los tifones y ciclones, en los océanos Pacífico e Índico.
La Organización Meteorológica Mundial ha alertado que las temperaturas de la última década son las más altas registradas desde 1850. Se ha alcanzado a nivel mundial una temperatura promedio que está 1.1 grados centígrados por encima del promedio preindustrial y el aumento es de más de 2 grados en los polos, acelerando su deshielo. Nada más en los últimos veinte años el aumento de la concentración de CO2 es del 13% y las emisiones han crecido en más de 20%. Es por ello que desde la década de 1980 se ha triplicado la cantidad de desastres como sequías e inundaciones. Más de veinte millones de personas hoy están desplazadas como consecuencia de la contaminación ambiental y la alteración del clima.
La situación social y económica de todos los países está actualmente cruzada por otro desastre producido por el capitalismo, la pandemia del covid19. Al igual que todas las demás transmisiones de gripes porcinas y aviares a seres humanos, el salto de enfermedades de una especie a otra es acelerado por la destrucción de los hábitats naturales mediante la deforestación y la ampliación de las fronteras agrícolas y mineras, así como por la producción y comercialización masiva de animales en granjas industrializadas, regadas por todo el mundo, y mercados de animales silvestres como los que abundan en la China capitalista.
A pesar de la abundante información científica disponible desde hace décadas, la burguesía mundial fue incapaz de tomar medidas correctivas para prevenir la aparición de la pandemia actual. De la misma manera, y superponiéndose a esa desastrosa crisis en curso, la burguesía de los países caribeños, centroamericanos, de México y de EEUU se ha revelado totalmente incapaz de tomar medidas para minimizar la afectación de millones de personas debido a las tormentas tropicales y los huracanes. Solo en Cuba, pese a la restauración capitalista, se mantienen en pie mecanismos de prevención que impiden que cada año haya elevadas cifras de heridos y muertos en el marco de las tormentas. Peor aún resulta la incapacidad de la burguesía mundial para detener el curso del proceso de calentamiento global.
Socialismo o catástrofe ambiental
¿Qué hacer ante las consecuencias cada vez más graves de la destrucción ambiental capitalista? La burguesía imperialista está al tanto de la gravedad de la situación, pero no puede tomar medidas para cambiar el rumbo, pues ello implicaría rediseñar totalmente el funcionamiento de la economía, actualmente regida por el afán de los capitalistas de maximizar ganancias en el menor plazo posible. De ahí que algunos sectores burgueses intenten encubrir su responsabilidad negando que el fenómeno sea real, como hacen Trump y Bolsonaro, mientras otros, como la Unión Europea, promueven medidas totalmente insuficientes para las dimensiones del problema, fracasando rotundamente en la intención de reducir las emisiones de gases que producen el efecto invernadero y la depredación de los bosques.
El Foro Económico Mundial reconoció en un informe de 2018 que los eventos climáticos extremos constituyen “el mayor riesgo que afronta la humanidad”. Millones de personas que viven en ciudades costeras, e incluso países enteros ubicados en islas, están bajo amenaza por el aumento constante en el nivel de los mares, lo que en pocas décadas redibujará las costas. En vez de abandonar gradualmente la energía de origen fósil, los países imperialistas han subsidiado a la industria petrolera para que aumente la producción mediante el método altamente destructivo de la fracturación hidráulica o fracking. Para agravar las cosas, sectores de la burguesía y gobiernos promocionan como “energía renovable” y “verde” la combustión de árboles o desplazando la frontera agrícola para sembrar caña o soya para biocomustibles, disminuyendo la superficie de los bosques y su capacidad para absorber de CO2 de la atmósfera.
Para países como la República Dominicana y otros de la región caribeña el calentamiento global tiene efectos terribles que ya son evidentes. El año pasado el huracán Dorian devastó Las Bahamas con vientos que alcanzaron los 295 kilómetros por hora, dejó un saldo de unos 70 muertos y 300 desaparecidos, las islas fueron cubiertas casi en su totalidad por el agua. En Puerto Rico, el huracán María hace tres años dejó más de tres mil muertos y daños económicos de alrededor de 92 mil millones de dólares. La dominación colonial de la isla se ha reflejado en la criminal gestión de la crisis, cuyos efectos siguen hasta hoy. La mayoría de los países caribeños sufrieron a comienzos de este año una severa sequía y ahora están sometidos a los embates de las tormentas y lluvias torrenciales.
Este panorama nos demuestra que las respuestas parciales son insuficientes. Necesitamos impulsar la lucha por un cambio de fondo, la superación del capitalismo, cuyo metabolismo social y ambiental es insostenible y nos lleva a la catástrofe.
El reclamo de la conversión de carbón a gas natural de la Planta de Punta Catalina apunta en la dirección correcta. Punta Catalina es una obra emblemática de la corrupción del régimen dominicano en asociación con las empresas Odebrecht (brasileña), Estrella (dominicana) y Tecnimont (italiana), y también del desprecio total por la cuestión ambiental. El rendimiento del gas natural es muy superior al carbón en términos de la proporción entre energía y emisiones generadas, al producir 53.07 kilogramos de CO2 por millón de BTU (unidades térmicas británicas, medida convencional), mientras que el carbón produce en promedio unos 95.35 kgs de CO2 por millón de BTU, casi el doble. La conversión de Punta Catalina a gas sería un avance modesto, sin embargo es necesario hacer mucho más.
Debemos aunar esfuerzos con los revolucionarios de República Dominicana y del resto de Latinoamérica y el mundo por un plan energético de transición que reduzca el consumo de petróleo, gas y carbón, impulsando la producción de energía de origen solar, eólica e hidroeléctrica. Ese tipo de transición solo es posible si se estatizan las empresas explotadoras de combustibles fósiles, refinadoras y generadoras de energía.
Los países del Caribe sufrimos directamente las consecuencias de la crisis climática, generada fundamentalmente por las potencias imperialistas, responsables de la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero. Exijamos una posición unitaria a los gobiernos de la región en torno al no pago de la deuda externa y la reclamación de una retribución económica por parte de los países que más contribuyen al calentamiento global, con cuyos fondos se pueda invertir tanto en la transformación de la matriz de producción de energía como en planes de vivienda, construcción de refugios, diques y otras obras de infraestructura para enfrentar los efectos de la crisis climática y minimizar la vulnerabilidad ante desastres como sequías, inundaciones y huracanes.
Exijamos la expulsión de las megamineras como Barrick Gold, que destruyen el ambiente y comprometen la salud de miles de personas, amenazando la soberanía alimentaria al contaminar ríos y tierras. Luchemos contra la deforestación que lleva a cabo la burguesía en lugares como la Sierra de Bahoruco. Exijamos una agricultura sostenible y el fin de los plásticos de un solo uso, una gestión responsable de los desechos sólidos y el cierre del vertedero de Duquesa. Con la movilización unitaria de las organizaciones obreras y populares, ambientalistas, feministas, antirracistas, podemos obligar al gobierno a reconocer la existencia de una aguda crisis ambiental y arrancarle algunas concesiones. Pero la tarea histórica que tenemos por delante es mucho mayor. Se trata de superar un sistema insostenible que nos dirige hacia la autodestrucción. La disyuntiva es socialismo o catástrofe ambiental. Por eso debemos organizarnos políticamente en una alternativa socialista que luche por un gobierno de la clase trabajadora para desarrollar una planificación democrática de la economía, al servicio de las necesidades populares y que sea viable ambientalmente, como parte de la lucha más general por el cambio de sistema a nivel mundial.