Masacres demuelen el falso discurso de la humanización de las cárceles
Tocorón, El Rodeo, La Planta, Tocuyito, Uribana, las masacres se suceden una tras otra en los últimos dos años, y la creación de un ministerio específico para los asuntos penitenciarios no ha implicado mejoría alguna en materia de derechos humanos para los reclusos. La población privada de libertad (más de 50 mil personas en 2011) casi triplica la capacidad de los recintos penitenciarios (18 mil personas). En el caso de Uribana, con capacidad para albergar a 750 personas, albergaba a 2.498 personas al momento de la masacre. Dos terceras partes de los reclusos del país no han sido sentenciados. La corrupción de las mafias policiales y militares convierte el tráfico de armas y drogas en las cárceles en un multimillonario negocio.
Por: Simón Rodríguez Porras (PSL)
Tocorón, El Rodeo, La Planta, Tocuyito, Uribana, las masacres se suceden una tras otra en los últimos dos años, y la creación de un ministerio específico para los asuntos penitenciarios no ha implicado mejoría alguna en materia de derechos humanos para los reclusos. La población privada de libertad (más de 50 mil personas en 2011) casi triplica la capacidad de los recintos penitenciarios (18 mil personas). En el caso de Uribana, con capacidad para albergar a 750 personas, albergaba a 2.498 personas al momento de la masacre. Dos terceras partes de los reclusos del país no han sido sentenciados. La corrupción de las mafias policiales y militares convierte el tráfico de armas y drogas en las cárceles en un multimillonario negocio.
La masacre de la cárcel de Uribana, el 25 de enero, ha sido la más grave en los últimos años. Murieron entre 56 y 63 reclusos y un centenar resultaron heridos. Se puso nuevamente en evidencia la cruel farsa de la «humanización de las cárceles», eslogan tan cacareado por el gobierno, pero tan alejado de la realidad de los antros de hacinamiento y violencia que son los centros penitenciarios venezolanos.
La pobreza y la marginación social que caracterizan al capitalismo venezolano siguen empujando a miles de jóvenes hacia el crimen para subsistir y aspirar a alguna forma de reconocimiento social. La impunidad garantiza la recreación de ese modus vivendi y de una cultura violenta que permea cada vez más las comunidades populares urbanas. Las víctimas y los victimarios de esta violencia sorda son en su gran mayoría hombres jóvenes de las clases populares. Luego, las cárceles se convierten en un eslabón más en la cadena de la degradación social, cerrando prácticamente cualquier posibilidad de reinserción productiva en la sociedad.
A todas estas, los delincuentes de cuello blanco que regentan este inhumano sistema casi nunca pisan una cárcel. Hoy más que nunca está vigente aquella sentencia de Elio Gómez Grillo: “el delincuente rico es rico, el delincuente pobre es delincuente”.