Movimiento estudiantil mexicano: La matanza de la plaza de Tlatelolco

Publicado originalmente el 3 de octubre de 1969

Los estudiantes mexicanos de la Universidad Autónoma de México, del Instituto Politécnico Nacional, de la Escuela Normal Superior, de la Escuela Nacional de Agricultura y de la gran mayoría de universidades e institutos de educación superior del país, habíamos decretado la huelga general, como medio de presión para que el gobierno diera solución a nuestras demandas, que, en esencia pueden sintetizarse en lo siguiente:

Publicado originalmente el 3 de octubre de 1969

Los estudiantes mexicanos de la Universidad Autónoma de México, del Instituto Politécnico Nacional, de la Escuela Normal Superior, de la Escuela Nacional de Agricultura y de la gran mayoría de universidades e institutos de educación superior del país, habíamos decretado la huelga general, como medio de presión para que el gobierno diera solución a nuestras demandas, que, en esencia pueden sintetizarse en lo siguiente:

– Cese de la represión desatada por la policía y el ejército contra el estudiantado y el pueblo en general;
– vigencia de las libertades que consagra la constitución, ley suprema de México;
– libertad para los presos políticos.

Estas demandas fueron respaldadas por amplios sectores de nuestro pueblo: nuestros padres de familia, obreros, empleados y campesinos; en pocas semanas de huelga, logramos atraer a centenares de miles de mexicanos que se solidarizaron con nuestras peticiones. Prueba incontestable de ello fue la concurrencia multitudinaria a nuestros actos públicos, las manifestaciones de más de seiscientas mil personas, los mítines de Ciudad Universitaria, Zacatenco, el Casco Santo Tomás y Tlatelolco. Nuestro movimiento fue un prometedor surgimiento del espíritu cívico de los ciudadanos mexicanos, aplastado por largos años de violaciones a la constitución y represión feroz contra el pueblo.

Sin embargo, el clamor popular no fue escuchado: el gobierno se mantuvo hermético, intransigente, sordo a nuestra petición de un “diálogo público” en el que dirimiese ante el pueblo la justicia de nuestras demandas.

Desde un principio sufrimos persecuciones, amenazas, detenciones, agresión física contra nuestros dirigentes y contra locales de diversas escuelas.

A medida que nuestro movimiento crecía y se hacía más fuerte, también crecían las medidas represivas del gobierno. El día 18 de septiembre, el ejército ocupó la Ciudad Universitaria; centenares de estudiantes, maestros y empleados fueron detenidos y encarcelados.

A pesar de todo, el movimiento se seguía sosteniendo. El 2 de octubre el C.N.H. (Consejo Nacional de Huelga) convocó a un mitin en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.

Nos habíamos congregado unas quince mil personas, entre estudiantes, maestros y gentes del pueblo: se trataba de una de tantas asambleas informativas acerca de las últimas gestiones del C.N.H.

Sorpresivamente fuimos cerrados por centenares de tanques y millares de soldados: dos helicópteros del ejército sobrevolaban el sitio; a la señal de uno de ellos (una luz de bengala), los soldados abrieron fuego sobre la multitud inerme. Durante varias horas dispararon las ametralladoras de los tanques y las armas automáticas. Cientos de personas yacían tendidas sobre el pavimento mientras miles eran subidas a los transportes militares y conducidas a las prisiones.

Desde esa fecha el país ha vivido bajo un virtual estado de sitio. Más de doscientos mexicanos, principalmente estudiantes, maestros e intelectuales, se encuentran en prisión acusados de los más descabellados y absurdos delitos (rebelión, conspiración, robo, homicidio tumultuario, acopio de armas, etc.); el control gubernamental sobre los medios de información es absoluto; todo acto de protesta es brutalmente reprimido; los dirigentes estudiantiles y democráticos que no se encuentran en prisión son permanentemente perseguidos por las innumerables policías secretas; en fin, México es hoy un país en donde las leyes consagradas en su constitución son letra muerta y la vida de sus ciudadanos se pone en peligro por el solo hecho de intentar ejercer sus más elementales derechos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *