15 octubre, 2024

Stalin quiere mi muerte

8 de junio de 1940

8 de junio de 1940

El ataque fue de madrugada, alrededor de las cuatro. Yo estaba profundamente dormido, ya que había tomado un somnífero después de un día de trabajo duro. Me despertó el tableteo de una ametralladora. Pero me sentía muy soñoliento; primero pensé que estaban prendiendo fuegos artificiales frente a mi casa, celebrando alguna fiesta nacional. Pero las explosiones estaban muy cerca; las sentía dentro de la habitación, al lado y por encima de mí. El olor de la pólvora se hizo más fuerte, más penetrante. Era evidente; sucedía lo que habíamos esperado siempre; nos atacaban. ¿Dónde estaban los policías que hacían guardia en la puerta? ¿Estaba adentro mi custodia? ¿Los habían amordazado? ¿Secuestrado? ¿Ma¬tado? Mi esposa ya había saltado de la cama. El tiroteo continuaba sin cesar. Mi esposa después me contó que me ayudó a tirarme al suelo, empujándome al espacio que queda libre entre la cama y la pared. Era cierto.

Se había quedado dando vueltas junto a mí, al lado de la pared, como para protegerme con su cuerpo. Pero con murmullos y gestos la convencí de que se tirara al suelo. Los tiros venían de todas partes; era difícil decir exactamente de dónde. En determinado momento mi esposa, como me dijo luego, pudo distinguir claramente el res¬plandor que produce un arma al tirar; en consecuencia, nos disparaban desde la misma habitación, aunque no podíamos ver a nadie. Mi impresión es que se tiraron alrededor de doscientos tiros, de los cuales unos cien cayeron cerca de nosotros. En todas direcciones volaban trozos de vidrio de las ventanas y astillas de las paredes.

Poco después sentí que tenía dos heridas leves en la pierna derecha.

Cuando se acalló el tiroteo oímos a nuestro nieto que gritaba en la habitación de al lado: «¡Abuelo!» La voz del niño sonando en la oscuridad es el recuerdo más trágico que tengo de esa noche. El niño, luego de que los primeros tiros cruzaron diagonalmente su lecho (como lo demuestran las marcas que quedaron en la puerta y la pared), se tiró debajo de la cama.

Uno de los asaltantes, aparentemente llevado por el pánico, tiró al lecho, la bala atravesó el colchón, golpeó a nuestro nieto en el pulgar y se clavó en el suelo. Los asaltantes tiraron dos bombas incendiarias y abandonaron la habitación.

Gritando «¡abuelo!», los siguió hasta el patio, dejando tras de él una estela de sangre y, bajo el tiroteo, se metió en la habitación de uno de los guardias.

Al escuchar el grito del niño, mi esposa llegó hasta su pieza, ya vacía. Adentro, se estaban incendiando el suelo, la puerta y un pequeño armario. «Secuestraron a Seva», le dije. Este fue el momento más doloroso. Continuaban los tiros, pero ya fuera de nuestro dormitorio, en el patio o fuera de la casa.

Aparentemente los terroristas se estaban cubriendo la retirada. Mi esposa se apresuró a ahogar las llamas con una frazada. Estuvo luego una semana curándose las quemaduras.

Aparecieron entonces dos miembros de nuestra custodia, Otto y Charles, que durante el ataque habían quedado separados de nosotros por el tiroteo. Confirmaron que los asaltantes debían de haberse escapado, ya que no se veía a nadie en el patio.

Robert Sheldon Harte, que hacía la guardia de noche, había desaparecido. Los dos automóviles no estaban. ¿Porqué el silencio de la policía que hacía la guardia afuera? Los habían amordazado los asaltantes mientras gritaban; «¡Viva Almazán!» [2] Esa fue la historia que contaron los policías amarrados.

Al día siguiente mi esposa y yo nos convencimos de que los asaltantes habían tirado sólo a través de las ventanas y de las puertas y de que nadie había entrado a nuestra habitación. Sin embargo, el análisis de la trayec¬toria de las balas demuestra irrefutablemente que ocho tiros que golpearon la pared frente a las dos camas y agujerearon ambos colchones en cuatro lugares, igual que las huellas que quedaron en el suelo bajo las camas, sólo podrían haber sido disparados desde adentro del dormitorio. También lo demuestran los cartuchos vacíos encon¬trados en el suelo y el borde de una frazada quemada en dos lugares.

¿Cuándo entró el terrorista a nuestro dormitorio? ¿Fue en la primera parte de su operativo, antes de que nos despertáramos? ¿O por el contrario, fue al final, cuando estábamos tendidos en el suelo? Me inclino por esta última su posición. Luego de haber tirado a través de las puertas y ventanas varias descargas contra las camas, y al no oír gritos ni quejidos, los asaltantes tenían todas las razones para suponer que habían tenido éxito en su cometido. Uno de ellos puede haber entrado a la habita¬ción a último momento para dar un vistazo final. Es posible que en las mantas y almohadas todavía quedara la forma de los cuerpos. A las cuatro de la mañana la habitación estaba a oscuras. Mi esposa y yo nos queda¬mos inmóviles y callados en el piso. Antes de dejar el dormitorio, el terrorista que entró a verificar que la tarea estaba cumplida puede haber disparado unos cuantos tiros a nuestras camas «para dejar su conciencia limpia».

Sería demasiado tedioso analizar aquí en detalle las distintas leyendas, producto de la ignorancia y la malignidad, que sirvieron directa o indirectamente de base a la teoría del «auto asalto». La prensa informa que mi esposa y yo no estábamos en nuestro dormitorio la noche del asalto; El Popular (periódico de Toledano, aliado de los stalinistas) se explayaba respecto a mis «contradicciones»: según una versión, yo me habría arrastrado hasta un rincón de la habitación, según otra me tiré al suelo, etcétera. No hay una palabra de verdad en todo esto. Todas las habitaciones de nuestra casa están ocupadas de noche por distintas personas, salvo la biblioteca, el comedor y mi estudio. Pero los asaltantes pasaron precisamente por estas habitaciones y no nos encontraron allí. Estábamos durmiendo donde lo hacemos siempre, en nuestro dormitorio. Como ya lo dije, me tiré al suelo en un rincón de la habitación: inmediatamente se me unió mi esposa.

¿Cómo nos salvamos? Obviamente, gracias a una afortunada casualidad. Las camas estaban bajo un fuego cruzado. Tal vez los asaltantes tenían miedo de herirse entre ellos e instintivamente tiraban más alto o más bajo de lo debido. Pero ésta es sólo una conjetura sicológica. Es posible también que mi esposa y yo hayamos ayudado a la casualidad al no perder la cabeza y quedarnos quietos en el suelo pretendiendo estar muertos en lugar de correr por la pieza, gritar pidiendo auxilio cuando era inútil hacerlo, o al no tirar puesto que no tenía sentido.

A los que no están debidamente informados les puede parecer incomprensible que la camarilla de Stalin me exilie primero y luego intente matarme en el extranjero. ¿No hubiera sido más simple matarme en Moscú, como a tantos otros?

La explicación es la siguiente: en 1928, cuando fui expulsado del partido y exiliado al Asia central, todavía era imposible hablar, no digamos de fusilamientos, ni siquiera de arrestos. Toda la generación con la que viví la Revolución de Octubre y la guerra civil aún estaba con vida. El Buró Político se sentía rodeado por todos lados.

En Asia central pude mantenerme en contacto directo con la Oposición. En estas condiciones, Stalin, después de vacilar durante un año, decidió apelar al exilio en el extranjero considerándolo el mal menor. Pensaba que Trotsky, aislado de la URSS, privado de aparato y recur¬sos materiales, se vería reducido a la impotencia. Ade¬más, Stalin suponía que, después de haberme difamado ante todo el país, el gobierno amigo de Turquía me haría volver a Moscú y allí ajustaría finalmente las cuentas conmigo. Los acontecimientos demostraron, sin embargo, que se puede participar en la vida política sin contar con aparato ni recursos materiales. Con la ayuda de jóvenes amigos senté las bases de la Cuarta Internacional, que se está forjando lenta pero persistentemente. Los juicios de Moscú de 1936 a 1937 se montaron para obtener mi deportación de Noruega, es decir para tenerme realmente en manos de la GPU. Pero no lo lograron. Llegué a México. Me informaron que Stalin admitió varias veces que mi exilio al extranjero fue «un gran error». No hay otra manera de rectificar el error que apelar a un acto terrorista.

En estos últimos años la GPU destruyó a muchos cientos de amigos míos, incluyendo a miembros de mi familia que están en la URSS. En España mataron a mi ex secretario Erwin Wolff y a muchos de mis correligio¬narios políticos; en París mataron a mi hijo León Sedov, al que los asesinos profesionales de Stalin persiguieron durante dos años. [3] En Lausana la GPU mató a Ignacio Reis, que la había abandonado y se había unido a la Cuarta Internacional. En París los agentes de Stalin asesi¬naron a otro de mis ex secretarios, Rudolf Klement, cuyo cuerpo se encontró en el Sena con la cabeza, las manos y las piernas cortadas. Esta lista podría continuar interminablemente.
En México ya hubo un intento obvio de asesinarme a través de un individuo que apareció en mi casa con recomendaciones falsas de una prominente figura política. Fue después de este incidente, que alarmó a mis amigos, que se tomaron medidas de defensa más serias: guardias diurnas y nocturnas, sistemas de alarma, etcétera.

Después de la participación activa y verdaderamente asesina de la GPU en los acontecimientos españoles, recibí muchas cartas de mis amigos, principalmente desde Nueva York y París, informándome que estaban enviando agentes de la GPU a México desde Francia y Estados Unidos. En el momento oportuno transmití a la policía mexicana los nombres y las fotografías de algunos de estos caballeros. El estallido de la guerra agravó todavía más la situación a causa de mi lucha irreconciliable contra la política exterior e interna del Kremlin. Mis declaraciones y artículos sobre el desmembramiento de Polonia, la invasión a Finlandia, la debilidad del Ejército Rojo encabezado por Stalin, etcétera, se reprodujeron en todos los países del mundo, en decenas de millones de ejempla¬res. Aumenta el descontento dentro de la URSS. Su condición de ex revolucionario le hace recordar a Stalin que la Tercera Internacional era incomparablemente más débil a comienzos de la guerra anterior de lo que lo es hoy la Cuarta Internacional. El desarrollo de la guerra puede dar un poderoso impulso a la Cuarta Internacional, incluso dentro de la misma URSS. Por eso Stalin no puede haber dejado de ordenar a sus agentes que termi¬nen conmigo lo antes posible.

Los hechos conocidos por todos y las consideraciones políticas generales, en consecuencia, demuestran sin dejar lugar a dudas que la organización del atentado del 24 de mayo sólo puede ser obra de la GPU. Sin embargo, no faltan hechos que complementan esta evidencia.

1. Pocas semanas antes del atentado la prensa mexicana estaba plagada de rumores sobre una concentración de gente de la GPU en México. Mucho de lo que se decía en estos artículos era falso. Pero la esencia era correcta.

2. Es notable la técnica excepcional con que se realizó el asalto. El asesinato falló a causa de unos de esos accidentes que pueden suceder en cualquier guerra. Pero la preparación y la ejecución del atentado asombran por su concepción, su planificación y su eficiencia. Los terro¬ristas están familiarizados con la disposición de la casa y sus movimientos internos; están equipados con uniformes policiales, armas, sierras eléctricas, sogas para escalar, etcétera. Consiguen amordazar a la policía estacionada afuera, paralizan a los guardias que están adentro enca¬rando el tiroteo con una correcta estrategia, penetran en la habitación de la pretendida víctima, hacen fuego impu¬nemente de tres a cinco minutos, tiran bombas incendia¬rias y abandonan la escena sin dejar huellas. Tal empresa supera los recursos de un grupo que se mueve por su cuenta. Son evidentes aquí la tradición, el entrenamiento, los grandes recursos y la cuidadosa selección de los ejecu¬tantes. Este es trabajo de la GPU.

3. El intento de orientar la investigación por carriles falsos, que formaba parte del plan del atentado, está perfectamente de acuerdo con el sistema con que trabaja la GPU. Mientras amordazaban a los policías los asaltan¬tes gritaron «¡Viva Almazán!». Estos gritos artificiales y fraudulentos proferidos a la noche ante cinco policías, tres de los cuales estaban dormidos, perseguían simultá¬neamente dos objetivos: distraer, aunque sólo fuera por unos días o unas horas, de la atención de la investigación subsiguiente a la GPU y su agencia en México, y comprometer a los partidarios de uno de los candidatos presiden¬ciales. Matar a un enemigo haciendo recaer a la vez sospechas sobre otro: ése es el método clásico de la GPU, más exactamente de su inspirador Stalin.

4. Los atacantes traían varias bombas incendiarias, dos de las cuales fueron arrojadas en la habitación de mi nieto. En consecuencia, su intención no sólo era asesinar sino provocar un incendio. Puede ser que su objetivo haya sido la destrucción de mis archivos. El único intere¬sado en ellos es Stalin, ya que me son muy valiosos en mi lucha contra la oligarquía de Moscú. Con ayuda de mis archivos pude, particularmente, denunciar las farsas jurídicas de Moscú. El 7 de noviembre de 1936 la GPU, corriendo grandes riesgos, ya había logrado robar parte de mis archivos de París. No los olvidó la noche del 24 de mayo. Las bombas incendiarias por lo tanto son algo así como la tarjeta de visita de Stalin.

5. La división del trabajo entre los asesinos secretos y los «amigos» legales es sumamente característica de los crímenes de la GPU; mientras se preparaba el asalto y se conspiraba clandestinamente se encaraba una calumniosa campaña con el objetivo de desacreditar a la pretendida víctima. Esta división del trabajo continúa después de perpetrado el crimen; los terroristas se esconden mientras sus testaferros, abiertamente, intentan orientar la aten¬ción de la policía en una dirección falsa.

6. Finalmente, es imposible no tomar en consideración las reacciones de la prensa mundial; los periódicos de todas las tendencias dan abierta o tácitamente por senta¬do que el asalto fue obra de la GPU; solamente la prensa subsidiada por el Kremlin, cumpliendo sus órdenes, de¬fiende una versión opuesta. ¡Esto constituye una eviden¬cia política irrefutable!
En la mañana del 24 de mayo los principales jefes de la policía solicitaron mi colaboración para la solución del crimen. El coronel Salazar y diez de sus agentes me citaron y me pidieron distintos informes de la manera más amistosa. Mi familia, mis colaboradores y yo hicimos todo lo que estaba en nuestras manos.

El 25 o el 26 de mayo dos agentes de la policía secreta me dijeron que la investigación estaba bien enca¬minada y que ya «se había probado que se trató de un intento de asesinato». Me quedé estupefacto. Después de todo, ¿todavía hacía falta demostrar eso? Me preguntaba contra quién precisamente tenía que demostrar la policía que el atentado era un atentado. De todos modos, hasta la tarde del 27 de mayo la investigación, hasta donde yo puedo juzgar, estaba dirigida contra los asaltantes desco¬nocidos y no contra las víctimas del asalto.

El 28 de mayo le transmití al coronel Salazar algunas evidencias que, como lo demostró la tercera etapa de la investiga¬ción, eran muy importantes. Pero entonces estaban todavía en la segunda etapa, de la cual yo no tenía ni sospechas, es decir, la investigación se dirigía en contra de mi persona y de mis colaboradores.

El 28 de mayo se preparó y tuvo lugar un vuelco total y abrupto en la orientación de la investigación y la actitud de la policía hacia los míos. Inmediatamente nos vimos rodeados de una atmósfera hostil. Nos preguntába¬mos qué pasaba. Este vuelco no se podía haber dado porque sí. Debía haber razones concretas y de peso. No había una sombra siquiera de hechos o datos que justifi¬caran ese cambio en la investigación. No puedo encontrar otra explicación que la monstruosa presión ejercida por la GPU y todos sus «amigos». Tras las bambalinas se dio un verdadero coup d’état. ¿Quién lo dirigió?

Hay un hecho que puede parecer insignificante pero que merece la atención más seria: El Popular y El Nacio¬nal publicaron el 27 de mayo por la mañana una historia idéntica, «El señor Trotsky se contradice», que me atri¬buye contradicciones al informar sobre mis actividades durante la noche del 24 y en el momento mismo del ataque. La historia, que en esos momentos llenos de ansiedad me pasó totalmente desapercibida, era desde el principio al final un burdo invento. ¿Quién le dio esta historia a los periódicos «de izquierda»?. ¡Esta cuestión es de capital importancia! Citaban como fuente a «observadores» anónimos. ¿Quiénes son estos «observadores»? ¿Qué observaron y dónde? Es evidente que el objetivo de esta historia era preparar y justificar, ante los círculos gobernantes, donde se leen mucho esos periódi¬cos, el vuelco hostil de la investigación en contra de mí y de mis colaboradores. El examen de este particular episodio indudablemente aclararía muchas cosas.

Se interrogó a dos servidoras de nuestra casa por primera vez el 28 de mayo, es decir, cuando ya estábamos en medio de ese clima hostil y la policía se orientaba hacia la teoría del auto asalto. Al día siguiente, el 29, citaron de nuevo a ambas mujeres y las llevaron a las cuatro de la tarde a Vía Madera (Guadalupe), donde las interrogaron hasta las once de la noche dentro del edifi¬cio y desde las once de la noche hasta las dos de la mañana en el patio a oscuras, dentro de un automóvil. No se tomaron actas. Las trajeron a casa alrededor de las tres de la mañana. El día 30 un agente de policía se apareció en la cocina con un acta ya preparada y las dos mujeres la firmaron sin leerla. El agente se fue de la cocina un minuto después.

Cuando las mujeres se enteraron por los periódicos de que se había arrestado a mis secretarios Charles y Otto en base al testimonio que ellas habían dado, declararon que no habían dicho absoluta¬mente nada que justificara ese arresto.
¿Por qué se arrestó a estos miembros de mi custodia y no a los demás? Porque Otto y Charles eran nuestro contacto con las autoridades y con los pocos amigos que tenemos en la ciudad. Al preparar el golpe en contra de mi persona, los magistrados investigadores decidieron antes que nada aislar completamente nuestra casa. El mismo día se puso bajo arresto a un mexicano, S., y a un checo, B., jóvenes amigos que nos habían visitado para expresamos su simpatía. El objetivo de los arrestos era obviamente el mismo, interrumpir nuestras conexio¬nes con el mundo exterior. A los miembros de mi custodia arrestados se les exigió que «en un cuarto de hora» confesaran que fui yo quien les ordenó llevar a cabo el «auto asalto». No pretendo en absoluto exagerar la impor¬tancia de estos episodios o hacerlos aparecer como una tragedia. Me interesan únicamente desde el punto de vista de la posibilidad de denunciar esas fuerzas que, entre bastidores, pudieron producir en el curso de veinticuatro horas un vuelco casi mágico en la orientación de la investigación, en cuyo curso todavía hoy influyen.

El jueves 30 de mayo, cuando se interrogó a B. en Vía Madera, todos los agentes partían de la teoría del autoasalto y se condujeron insolentemente conmigo, mi esposa y mis colaboradores. Cuando estuvo encarcelado cua¬tro días, S. tuvo ocasión de escuchar varias conversacio¬nes entre los policías.

Su conclusión es la siguiente: «La mano de Lombardo Toledano, Bassols y otros cala profundamente en la actividad policial y con éxito consi¬derable. La idea del “auto asalto” […] fue inspirada por ellos.»

La presión de los círculos interesados debe ser real¬mente irresistible para llevar a los representantes de la investigación a tomar en serio la idea absurda del “auto asalto”.

¿Qué objetivo podía perseguir yo para aventurarme en una empresa tan monstruosa, repugnante y peligrosa? Nadie lo explicó hasta ahora. Se señala que yo quería ensuciar a Stalin y su GPU. ¿Pero acaso un asalto más agregaría algo a la reputación del hombre que destruyo entera a una generación del Partido Bolchevique? Se dijo que yo pretendo demostrar la existencia de la «quinta columna». ¿Por qué? ¿Para qué? Por otra parte, los agentes de la GPU se las arreglan bien para perpetrar un asalto, no necesitan a la misteriosa quinta columna. Se adujo que yo quería crearle dificultades al gobierno me¬xicano. ¿Qué motivos puedo tener para crearle dificulta¬des al único gobierno que fue hospitalario conmigo?

También se dijo que yo quería provocar una guerra entre Estados Unidos y México. Pero esta explicación ya entra totalmente en el terreno del delirio. Para provocar esa guerra, en todo caso, hubiera sido mucho más adecuado organizar un gran asalto al embajador norteamericano o algún magnate del petróleo, no a un bolchevique revolucionario ajeno y odioso a los círculos imperia¬listas.

Stalin organiza un atentado para asesinarme con una intención clara: destruir a su enemigo numero uno. No corre ningún riesgo, actúa a larga distancia. Por el contrario, si hubiera sido yo el que organizó el «auto asalto» hubiera tenido que asumir solo toda la responsabilidad, arriesgando mi suerte y la de mi familia, mi reputación política y la del movimiento al que sirvo. ¿Qué sacaría con eso?

Pero incluso si se acepta lo imposible, es decir, que renunciando a la causa de toda mi vida y pisoteando todo sentido común y mis propios intereses vitales, yo me haya decidido a organizar el «autoasalto» en función de algún objetivo desconocido, queda en pie la siguiente cuestión: ¿dónde y cómo conseguí veinte hombres para hacerlo? ¿Cómo hice para proporcionarles uniformes policiales? ¿Cómo los armé? ¿Cómo les equipé con todo lo necesario?, etcétera, etcétera. En otras palabras, ¿có¬mo se las arregló un hombre que vive casi completamente aislado del mundo exterior para llevar a cabo una empresa accesible sólo a un poderoso aparato? Permítaseme confesar que me siento incómodo de tener que someter a crítica una idea que está por debajo de toda crítica posible.

La GPU movilizó hábilmente a sus agentes con el objetivo de matarme. Por accidente el intento falló. Los amigos de la GPU están comprometidos. Ahora se sienten en la obligación de hacer todo lo posible para echar sobre mis hombros la responsabilidad del infructuoso atentado de su cacique. Para hacerlo no tienen muchas posibilidades que elegir. Tienen que apelar a los métodos más burdos siguiendo el aforismo de Hitler: cuanto ma¬yor la mentira, más rápido se la creerán.

Estudiando la forma de proceder de determinado sec¬tor de la prensa mexicana en los días siguientes al atentado se pueden extraer valiosas conclusiones sobre el traba¬jo clandestino de la GPU. Dejemos de lado La Voz de México, la publicación stalinista oficial, con sus groseras contradicciones, sus acusaciones insensatas y sus cínicas calumnias. No tomemos en cuenta tampoco los órganos de la derecha, que por un lado se dejan llevar por el sensacionalismo y por otro tratan de utilizar el atentado contra las «izquierdas» en general.

Políticamente estoy mucho más lejos de periódicos como Universal y Excélsior que Lombardo Toledano y sus pares. Uso esos periódicos para defenderme de la misma manera en que utilizaría un colectivo para trasladarme de un lugar a otro.

Además, las maniobras de los periódicos de derecha son sólo un reflejo de la política del país; todos ellos tienen, esencialmente, una actitud definida respecto del problema del atentado y la participación de la GPU. Para nuestros propósitos es mucho más importante analizar el proceder de El Popular y en parte de El Nacional. En este caso el que lleva adelante una política activa es El Popular. En lo que hace a El Nacional, solamente se adap¬ta a su interesado colega.

Pese a que Toledano, como informaron los periódicos, se fue de la capital dos o tres días antes del ataque, El Popular actuó en el momento crítico siguiendo directivas claras y precisas.

El atentado no tomé desprevenido al periódico. Esta vez los editores no trataron de tomarlo a broma ni hablaron de mi «manía de persecución», etcétera. Por el contrario, el periódico inmediatamente adoptó un tono serio y alarmado. En el número del 25 de mayo aparece en primera página el titular «El atentado contra Trotsky es un atentado contra México». En el editorial encabezado por este titular se exige una severa investigación y un castigo ejemplar para los criminales, no importa a qué tendencia política pertenezcan y con qué potencia extranjera estén ligados. Con esta fraseología el periódico pretende dar una impresión de gran imparcialidad e indignación patriótica. El objetivo inmediato es cavar un abismo entre los editores de El Popular y los terroristas, que podían caer de un momento a otro en manos de la policía. Esta medida precautoria se hace necesaria dado que El Popular venía llevando toda una campaña de calumnias en contra de mi persona.

Sin embargo, tras la aparente imparcialidad asoman cautelosas insinuaciones que serían elaboradas durante los días siguientes. Se hace notar al pasar, en una frase aislada, que aparecieron «aspectos misteriosos y sospe¬chosos del atentado».

Ese día estas palabras pasaron inadvertidas. Pero ahora es evidente que el autor del artículo se reservaba la posibilidad de lanzar la teoría del «auto asalto» en el caso de que fallara la investigación judicial. La segunda insinuación no es menos significati¬va: el artículo predice que los «enemigos de México» adjudicarán el atentado a Stalin y a Moscú. Se identifica a los enemigos de Stalin con los enemigos de México.

La interpretación de la solemne apelación a buscar a los criminales sin tener en cuenta a qué potencia puedan estar ligados queda así muy limitada.

Pese a todas sus volteretas y errores, el artículo está cuidadosamente pensado. Sus contradicciones surgen de lo contradictorio y ambiguo de la situación misma. Todavía no se conocía el resultado de la investigación. En caso de que ésta tuviera éxito era necesario quedar al margen en todo lo posible. En el caso de que fallara había que mantener la libertad de proseguir con la vieja línea de la calumnia y la persecución. A la vez era necesario alejar lo más posible a la GPU del foco de atención sin atarse, sin embargo, las manos.

Releyendo ahora el artículo se ve asomar la hilacha por todos los bordes.

En el número del 26 de mayo se sigue fundamentalmente la misma línea. El Popular exige de las autoridades el enérgico castigo de los culpables. Todavía existe el peligro de que los ejecutores caigan en manos de la policía inmediatamente; de aquí el áspero tono de impar¬cialidad.

Ya en el número del 27 de mayo aparece la cínica historia «El señor Trotsky se contradice». Este es el primer síntoma de desarrollo de la insinuación sobre los «aspectos sospechosos» del asalto. Se informa que mi testimonio sobre mi actividad durante el ataque fue con¬tradictorio. La incongruencia de esta insinuación salta a ojos vistas. Si un hombre que vive en la soledad del exilio es capaz de movilizar veinte conspiradores y conse¬guirles uniformes policiales y fusiles, más capaz tendría que ser de preparar una respuesta viable a la pregunta de qué hacía en el momento del atentado. Pero no seamos capciosos respecto a la técnica de la falsificación. Una cosa está clara: El Popular preparaba el terreno para la teoría del «auto asalto».

Mientras tanto la investigación tropieza con grandes dificultades; la GPU puede prever muchas cosas y ocultar muy bien sus huellas. Ya pasaron tres días desde el atentado. Se podía considerar eliminado el peligro de arresto de los principales protagonistas, ya que a esa altura seguramente habían cruzado la frontera con pasaportes preparados de antemano. De acuerdo con esto, el 27 de mayo el tono de El Popular se vuelve más osado. No se limita el asunto a la historia mencionada en la sección noticias. El editorial de ese día afirma simplemente que «el atentado, a cada día que pasa, despierta grandes dudas y parece cada vez más sospechoso y menos lógico»; después se menciona la palabra «camuflaje». El artículo adjudica el atentado a los imperialistas norteamericanos, que pretenden intervenir en México y aparentemente se apoyan en mi colaboración. No se aclara por qué los imperialistas me habrían elegido justamente a mí como objeto del atentado. Y lo que se entiende todavía menos es cómo podría justificar la intervención de Estados Unidos un atentado contra un bolchevique ruso per¬petrado en México. En lugar de análisis y pruebas, un montón de frases ruidosas.

Queda por recordar que antes del pacto Stalin-Hitler El Popular acostumbraba caricaturizarme invariablemente con una svástica. Recién después de la invasión a Finlandia por el Ejército Rojo me transformé en un agente de Estados Unidos. El Popular trata de disponer de mí con la misma libertad con que Stalin imparte órdenes a sus agentes. En su agitación verbal y sus maniobras entre bastidores Toledano y sus amigos indudablemente fueron mucho más lejos que en su propia prensa. Como lo demuestran los acontecimientos de los días posteriores, se dedicaron especialmente a trabajar sobre la policía.

El 28 de mayo ya las autoridades de la investigación estaban totalmente influidas por la idea del «autoasalto» Se arrestó a dos de mis secretarios, Otto y Charles, y a dos personas ligadas a nosotros, B. y S. Obtenido este triunfo, El Popular cuidadosamente se repliega en las sombras; en el ejemplar del 28 de mayo asume nuevamente una posición objetiva. Es evidente por qué los directores del periódico se cuidaron de no comprometerse irrevocablemente. Sabían más de lo que decían, tenían mucho menos confianza en la versión del autoasalto que la policía orientada por ellos en una dirección falsa. Tenían miedo de que esta versión se hiciera trizas en cualquier momento. Esa es la razón por la que, luego de transferida la responsabilidad a la policía, El Popular del 28 de mayo asume una vez más la posición de un alarmado y patriótico observador.
En el ejemplar del 29 de mayo El Popular publica sin comentarios la declaración del Partido Comunista exigiendo, no el castigo de los terroristas, sino la deportación de Trotsky.

Ese día una seguidilla de fantásticas sospechas cortó toda conexión de mi casa y sus habitantes con el mundo exterior. Es notable que en esta ocasión justamente Toledano les deje a los dirigentes del Partido Comunista, que no tienen nada que perder, la tarea de propagar las consignas más ingenuas del Kremlin. Pretende dejar tendidos los puentes por si se hace necesaria una oportuna retirada.

El primero de junio la prensa publicó mi carta al fiscal de la república señalando abiertamente a Lombardo Toledano como un cómplice moral en la preparación del asalto. Después de esto Toledano retrocede medio paso. «La CTM [Confederación de Trabajadores de México] acusa a Trotsky de servir de instrumento de la guerra de nervios [de los yanquis contra México]», proclama El Popular del 6 de junio. ¿Qué significa esto? ¡Es una retórica hueca, sin sentido y sin ninguna base real! Toledano somete a las autoridades un documento en el que se diluye el asalto en la maraña de una intriga internacional extensa y sumamente ambigua. En ella estarían incluidos, además de yo mismo, muchos factores, instituciones e individuos.

Muchos, pero no la GPU. Sólo «los enemigos de México», como ya sabemos, son capa¬ces de sospechar de la GPU. Así, en todas sus maniobras Toledano sigue siendo el amigo número uno de la GPU.

A diferencia de todos los demás periódicos de la capital, El Nacional ni siquiera mencionó el atentado en la primera edición de su número del 25 de mayo. En la segunda edición publicó un cable con el título «Trotsky víctima de un teatral [!] atentado en su casa». No se sabe cómo llegó el periódico a esa conclusión. Desgracia¬damente, me veo obligado a declarar que ya muchas veces antes el periódico había tratado de adjudicarme actitudes incorrectas sin intentar siquiera justificar lo que decía.

Es digno de notarse que el mismo día que El Nacional calificaba el atentado de «teatral» El Popular decía: «El atentado contra Trotsky es un atentado contra México». A primera vista parecería que la actitud de El Nacional hacia la víctima del atentado fue mucho más hostil que la de El Popular. De hecho no es así. Con su conducta El Nacional simplemente reflejó estar mucho más alejado del stalinismo, y en consecuencia del origen del atentado, que El Popular. Los directores de El Nacional pretenden hacer todo lo posible por agradar a los stalinistas.

Saben que la mejor manera de lograrlo es despertar cualquier tipo de sospechas sobre mí. Cuando los directores reci¬bieron la noticia del atentado contra mi casa uno de ellos hizo circular la primera fórmula irónica que se le vino a la cabeza. Este solo hecho demuestra que los directores de El Nacional, a diferencia de los de El Popular, no saben de qué están hablando.

En los días siguientes, sin embargo, se observa una unificación de la línea de ambas publicaciones. El Nacio¬nal dedujo de lo publicado por El Popular que lanzó demasiado imprudentemente su hipótesis de un atentado «teatral», pegó una retirada apresurada y asumió una posición más cuidadosa. Por su parte, El Popular, al convencerse de que no se había arrestado a ninguno de los participantes en el atentado, comenzó a pasarse a la posición del atentado «teatral». La historia del 27 de mayo, «El señor Trotsky se contradice», fue tomada también por El Nacional.

Por lo tanto, en base a los artículos publicados en El Popular, y comparándolos con los que salieron en El Nacional, se puede afirmar con certeza que Toledano conocía de antemano que se preparaba un atentado, por lo menos de manera general.

Simultáneamente la GPU preparaba, utilizando canales diferentes, el complot cons¬pirativo, la defensa política y la información errónea para la investigación. En los días críticos El Popular, induda¬blemente, recibía instrucciones del mismo Toledano. Es probable que él sea el autor del artículo del 25 de mayo. En otras palabras, Toledano participó moralmente en la preparación del atentado y en el ocultamiento de sus huellas.

Para entender más claramente el marco en que se dio el atentado y determinadas circunstancias referentes a la investigación es necesario decir algunas palabras sobre mi custodia. En los periódicos se informó que yo «alquilé» para mi custodia a casi extraños, que se les paga, etcéte¬ra. Todo esto es falso. Mi custodia existe desde el día de mi exilio a Turquía, es decir desde hace casi doce años. Su composición cambiaba constantemente, según el país donde vivía, aunque algunos de mis colaboradores me acompañaron de un país a otro. Siempre estuvo formada por camaradas jóvenes, ligados a mí por afinidad política, que fueron seleccionados por mis amigos más viejos y de más experiencia de entre los voluntarios, que nunca escasearon.

El movimiento al que pertenezco es un movimiento joven, que desde que surgió sufre una persecución sin precedentes de parte de la oligarquía de Moscú y sus agentes en todos los países del mundo. Hablando en general, es difícil encontrar en toda la historia un movi¬miento que haya padecido tantas víctimas en un lapso tan breve como la Cuarta Internacional. Tengo la profunda convicción personal de que en nuestra época de gue¬rras, conquistas, rapiña, destrucción y toda clase de bestialidades la Cuarta Internacional está destinada a jugar un gran rol histórico. Pero aquí ya entramos en el terre¬no del futuro. En el pasado sólo supo de golpes y persecuciones. En los últimos doce años nadie se podría haber acercado a la Cuarta Internacional con la esperanza de hacer carrera. Por esta razón las personas que se unieron a la Cuarta Internacional son generosas, están convencidas y dispuestas a renunciar no sólo a los bienes materiales sino, si es necesario, a sacrificar sus vidas. Sin ningún afán de caer en la idealización me permito sin embargo afirmar que es casi imposible encontrar en otra organización un conjunto de personas tan entregadas a sus ideales y tan ajenas a las pretensiones personales. De entre esta juventud se seleccionó a mi custodia.

Al principio mis custodios en México eran jóvenes amigos mexicanos. Sin embargo, pronto me convencí de que esto no era conveniente. Mis enemigos sistemática¬mente tratan de involucrarme en la política mexicana para hacerme imposible la permanencia en el país. Y en tanto se podía hacer aparecer a mis jóvenes amigos mexi¬canos, por el hecho de que vivían en mi casa, como agentes, en cierto modo de mi influencia personal, tuve que optar por rehusar su custodia y reemplazarlos por extranjeros, fundamentalmente por ciudadanos de los Estados Unidos. Todos ellos fueron enviados aquí después de haber sido seleccionados por amigos de experiencia.

Permítaseme agregar que no mantengo personalmente a mi custodia (carezco de recursos para hacerlo); su manu¬tención corre a cargo de un comité especial que reúne los fondos necesarios entre amigos y simpatizantes. Vivi¬mos, mi familia y mis guardias, como una pequeña comu¬na cerrada, separada del mundo exterior por cuatro altos muros. Estas circunstancias explican suficientemente por qué me considero justificado al depositar toda mi con¬fianza en mis custodios y creerlos incapaces de traición o crimen.

Por supuesto, no es imposible que, pese a todas las precauciones, algún agente aislado de la GPU llegue a infiltrarse en mi custodia. Desde el comienzo de la inves¬tigación se sospechó de Robert Sheldon Harte, mi custodio secuestrado, como cómplice del asalto. A esto respondo que si Sheldon Harte fuera un agente de la GPU podría haberme matado por la noche y luego haberse ido sin poner en movimiento a veinte personas que corrieron un gran riesgo. Más aun; los días anteriores al asalto Sheldon Harte estuvo ocupado en cosas tan inocentes como la compra de pajaritos, la reparación y pintura de una jaula, etcétera. No escuché un solo argumento convincente que indicara que Sheldon Harte fue un agente de la GPU. Por eso les dije a mis amigos desde el primer momento que yo sería el último en creer en la participa¬ción de Sheldon en el atentado. Si pese a todas mis suposiciones se confirmara su participación nada esencial cambiaría en las características generales del atentado. Con o sin ayuda de un miembro de mi custodia la GPU organizó una conspiración para matarme y quemar mis archivos. Esa es la esencia del asunto.

En sus declaraciones oficiales el Partido Comunista reitera que el terror individual no forma parte de sus métodos de acción, etcétera. Nadie supone que el asalto fue organizado por el Partido Comunista. La GPU utiliza al Partido Comunista pero no se confunde con éste en absoluto.

Entre los posibles autores del atentado, los que conocen la vida interna del Partido Comunista mencionan a un individuo que una vez fue expulsado del partido y luego readmitido en recompensa por algún servicio prestado. El problema de la categoría de «expulsado» generalmente resulta muy interesante en lo que hace a la investigación de los métodos criminales de la GPU. Durante el primer período de la lucha que se libró en la URSS contra la Oposición, la camarilla de Stalin solía expulsar del partido, con toda intención, a los oposicionistas menos firmes, colocándolos en una situación material sumamente difícil. Así conseguía la GPU la oportunidad de reclutar agentes que trabajaran dentro de la Oposición. Posteriormente perfeccionaron el método y lo aplicaron en todos los partidos de la Tercera Interna¬cional.

Los expulsados pueden ser divididos en dos categorías: algunos abandonan el partido por diferencias de princi¬pios, rompen con el Kremlin y buscan nuevos caminos. A otros se los expulsa por manejo indebido de fondos o algún otro crimen moral, real o supuesto. Los pertene¬cientes a esta segunda categoría han estado muy ligados al aparato partidario, son incapaces de trabajar en cualquier otra cosa y están demasiado acostumbrados a gozar de una posición privilegiada. Constituyen un valioso material para la GPU, que los transforma en obedientes instrumentos de sus empresas más peligrosas y criminales.

Laborde, que durante muchos años fue dirigente del Partido Comunista Mexicano, [4] fue expulsado no hace mucho con los cargos más monstruosos: venalidad, haber vendido huelgas e incluso haber aceptado sobornos… de los «trotskistas». Lo más asombroso, sin embargo, es que pese a lo extremadamente oprobioso de las acusaciones Laborde ni siquiera intentó justificarse. Con ello demos¬tró que la expulsión era necesaria por alguna razón misteriosa a la que él no osaba oponerse.

Además, en la primera oportunidad que se le presentó declaró a la prensa su inalterable lealtad al partido pese a su expulsión. Simultáneamente, se expulsa a muchos otros que siguen su misma táctica. Esta gente es capaz de cualquier cosa. Cumplirán cualquier orden, perpetrarán cualquier crimen, con tal de no perder el favor del partido. Es posible incluso que a algunos se los haya expulsado para alejar de antemano del partido la más mínima responsabi-lidad por el atentado que ya se preparaba. En tales casos, los representantes de la GPU de más confianza, que per¬manecen ocultos, son los que imparten las instrucciones de a quiénes expulsar y con qué pretexto hacerlo.

A Stalin le hubiera resultado más ventajoso organizar el asesinato de tal manera que apareciera ante la clase obrera mundial como el castigo súbito y espontáneo de los trabajadores mexicanos a un «enemigo del pueblo». Desde esta perspectiva es notable la persistencia y entusiasmo de la GPU en ligarme a toda costa con la campaña electoral presidencial, es decir con la candidatu¬ra del general Almazán. Muchas declaraciones de Toleda¬no y de los dirigentes del Partido Comunista revelan claramente el plan estratégico de encontrar o crear pretextos para arremeter, armas en mano, contra sus enemigos, entre los cuales no ocupo probablemente el último lugar. No caben dudas de que entre las milicias obreras de la CTM hay grupos de choque secretos creados especial¬mente por la GPU para encarar las tareas más riesgosas.

Para detener a tiempo este plan exigí persistentemente a través de la prensa que se formara una comisión investigadora especial que examinara todas las acusaciones falsas. Pero aun sin que se haya hecho esto, la opinión pública de México obviamente rechazó hasta ahora las calumnias. Los stalinistas, por lo que conozco, no lograron hacerme odiar en los círculos obreros; Stalin, mien¬tras tanto, se cansó de esperar el estallido de «indigna¬ción popular» y dio órdenes a la GPU de actuar siguien¬do los métodos más usuales y directos.

El hecho de que por accidente haya fallado el atentado, tan cuidadosa y hábilmente preparado, constituye un serio golpe para Stalin. La GPU debe rehabilitarse ante él. Stalin tiene que demostrar su poder. Es inevitable que el atentado se repita. ¿De qué manera? Posiblemente otra vez como un acto terrorista en el que se utilicen juntos los fusiles y las bombas. Pero no queda excluida la posibilidad de que traten de ejecutar el acto terrorista a través de una falsa «indignación popular». La campaña de calumnias, cada vez más ponzoñosa, que prosiguen los agentes de Stalin en México tiene precisamente este objetivo.

Para justificar la persecución de que me hacen objeto y ocultar los atentados de la GPU, los agentes del Kremlin hablan de mis tendencias «contrarrevoluciona¬rias». Todo depende de lo que se entiende por revolución y por contrarrevolución. La fuerza contrarrevolucionaria más poderosa de nuestra época es el imperialismo, tanto en su forma fascista como en su cobertura cuasi-democrática. Ni no solo de los países imperialistas me permite entrar en su territorio. En lo que se refiere a los países oprimidos y semiindependientes, se niegan a aceptarme debido a la presión de los gobiernos imperialistas o de la burocracia de Moscú, que ahora juega un rol extraordinariamente reaccionario en todo el mundo. México me brindó hospitalidad porque no es un país imperialista; por esta razón su gobierno, por rara excepción, demostró una independencia de la presión exterior que le permite guiarse por sus propios principios. Por eso quiero dejar aclarado que vivo en esta tierra por una verdadera excepción.

En esta época reaccionaria un revolucionario se ve obligado a nadar contra la corriente. Lo hago lo mejor que puedo. La presión de la reacción mundial se expresa de la manera tal vez más implacable en mi suerte perso¬nal y la de aquellos que me están más próximos. De ninguna manera lo considero un mérito mío; es simplemente una consecuencia de la combinación de determinadas circunstancias históricas. Pero cuando gente de la calaña de Toledano, Laborde et al me acusan de «contrarrevolucionario» puedo dejar tranquilamente que hablen; la historia dará su veredicto final.

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