Túnez: El viejo régimen regresa a través de las urnas
Por: Layla Nassar
Las elecciones presidenciales del 21 de diciembre en Túnez han cerrado un ciclo: los representantes del régimen de Ben Ali, derrocado en la revolución de 201,1 han regresado al poder. Si en Siria o Egipto la contrarrevolución se ha teñido de sangre, en Túnez lo ha hecho bajo una democracia formal. A los 88 años, Béji Caïd Esebsi, ministro del Interior de Habib Bourghiba (el dictador ilustrado de la independencia) y presidente del Parlamento bajo Ben Ali es ahora el presidente de Túnez. Ha encargado a Habib Esid, jefe de gabinete del Ministerio del Interior y ministro de Medio Ambiente bajo la dictadura, la formación de gobierno.
¿Cómo se explica que el país que encendió la mecha del cambio en el mundo árabe en enero de 2011, con un imprevisible levantamiento popular, vote por el regreso al viejo régimen sólo tres años después? El margen fue amplio: un 55% para Esebsi, candidato de Nidah Túnez, por el 45% para el ex presidente y activista pro-derechos humanos represaliado por el régimen, Moncef Marzouki.
La primera respuesta hay que buscarla en la abstención: los jóvenes y los pobres, que no se sentían representados por ninguna de las opciones políticas, se quedaron en casa. Sidi Bouzid, cuna de la revolución, y las regiones del sur fueron las más abstencionistas. Y a los pobres les queda volver a agachar la cabeza y a los jóvenes la patera o la promesa del paraíso haciendo la yihad en Siria.
Abandonado el impulso y el proyecto revolucionario («pan, trabajo y dignidad»), la crisis económica, la desastrosa experiencia en el poder del islamistas de Ennahda (que se quedaron solos tras el golpe en Egipto contra el gobierno de Mohamed Mursi) y el miedo al terrorismo yihadista han justificado el retorno al orden, bajo la figura de Esebsi (que el amigo Santiago Alba califica de una especie de Fraga Iribarne tunecino).
Se constata así, por un lado, el fracaso del proyecto de los Hermanos Musulmanes, que intentaron combinar una política económica neoliberal diseñada para satisfacer las multinacionales y la reforma democrática sin ruptura con el llamado estado profundo, el aparato represivo de la dictadura.
Después de la feroz represión que sufrieron sus aliados en Egipto, Ennahda ha preferido dejar el poder y buscar el acuerdo con el gobierno de Nidah, que ya se materializó, antes de la segunda vuelta de las presidenciales, con el apoyo de los islamistas a los presupuestos del nuevo gobierno, que prevén más recortes y seguir r pagando la deuda de la dictadura (que se llevará el 18% del gasto). Nidah se presenta como una formación laica enfrentada al oscurantismo, pero más allá del debate entre lacisime e islamismo, las dos fuerzas son igualmente reaccionarias con respecto a su proyecto social.
La izquierda ya jugado también un papel importante en el regreso de los «fulul», los restos del viejo régimen. Anclado en la teoría de la revolución por etapas (primero la democracia, tras el socialismo) y en una visión islamófoba, el Frente Popular -que obtuvo el 5% de votos en las legislativas y 15 diputados, tres de ellos trotksistas de la Liga de Izquierda Obreracentró todo su discurso en echar a Ennahda, y algunossectores incluso defendieron entrar a un gobierno del viejo régimen contra los islamistas.
La combinación del islamismo domesticado y un antiguo régimen democratizado para frenar la revolución es el mejor escenario para la UE y Estados Unidos. El avance de la contrarrevolución en Siria y Egipto, el caos en Libia, la creciente amenaza yihadista y la reconciliación entre Qatar y Arabia Saudí marcan un contexto regional complicado que refuerza el repliegue pacífico de Ennahda, quien devuelve al viejo régimen el poder que le había entregado la revolución e intenta conservar su porción democrática.
Comienza ahora un nuevo ciclo, donde ya no servirá la carta de enfrentar laicos e islamistas, porque todos estarán en el mismo lado de la barricada, con el pago de la deuda y el imperialismo.
Hace cuatro años los pueblos se levantaron espontáneamente y salieron a la calle exigiendo dignidad, trabajo y el fin del régimen.
La izquierda tunecina quedó atrapada en el viejo dilema de dictadura o islamismo y se autodescartó como alternativa.
Pero sería equivocado concluir que todo está perdido. Demasiadas veces se han dado por muertas las revoluciones en el mundo árabe. Incluso en las condiciones más difíciles, como las de Siria o Egipto, la lucha continúa. Ni la dictadura ni el islamismo pueden dar salida a las reivindicaciones de las masas, que ahora ya se saben capaces de derribar tiranos. En Túnez, en octubre de 2014 ya se habían superado las jornadas de huelga del 2011, el año de la revolución. Pero habrá que construir un referente político capaz de canalizar tanta energía vertida en tres años de lucha.